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Sobre la complementariedad, la solidaridad y las universidades

Francisco Javier Avelar González

Esta semana, en la Universidad Autónoma de Aguascalientes recibimos a nuestros pares de la Universidad Dominicana de Chicago, con el propósito de renovar los acuerdos de colaboración bilateral que desde hace diez años nos han permitido realizar varios proyectos en conjunto. Otro de los motivos de su visita fue la de hacerme un invaluable reconocimiento del que no me considero merecedor, pero que he recibido con mucha gratitud a nombre de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. El martes, durante una ceremonia especial con nuestros invitados norteamericanos, expresé un mensaje de agradecimiento en el que reflexioné sobre la solidaridad, la complementariedad y la pluralidad, como valores sociales, promovidos por la institución de la Universidad. Quisiera compartir con ustedes lo expresado en dicha ocasión, y por ello transcribo aquí el mensaje íntegro:

Agrupar y separar son dos características esenciales en los seres humanos; también presentes en todas las formas de vida. Este ubicuo mecanismo biológico que, entre otras cosas, propicia el reconocimiento y adaptación al entorno; y por tanto la propagación y conservación de las especies, en nosotros se traslada con gran eficacia al plano conceptual y a la organización social.

Nuestra indispensable, benéfica y natural capacidad de separar, de distinguir una cosa de la otra, esto es, de discriminar, ha sido lamentablemente utilizada, con demasiada frecuencia, para erigir muros de odio, racismo y segregación. Se pasa así del hecho de reconocernos diferentes (principio necesario para que exista pluralidad y multiculturalidad) a juzgar esas diferencias para establecer jerarquías o superioridades raciales, morales, estéticas, económicas y sociales.

Por el contrario, nuestra capacidad de agrupar, de reconocer similitudes, casi siempre nos ha conducido en el plano social a situaciones positivas: ya para poner un alto a ideologías y actitudes segregacionistas, ya para ejercer el valor de la solidaridad. No podríamos decir lo anterior sin hacer un gran reconocimiento a la sociedad mexicana por sus notables muestras de unidad, y su ayuda generosa y desinteresada a nuestros hermanos damnificados por los recientes sismos, que causaron grandes afectaciones a diversas comunidades del país. Reconocimiento que debe hacerse extensivo a la ayuda de otras naciones que, sorteando muros, mares y fronteras, tanto físicas como ideológicas, han hecho manifiesto su apoyo moral, material y humano.

Si tenemos la capacidad de ayudarnos en las tragedias y mostramos lo mejor de nosotros mismos en favor de lo demás; es, sin duda, porque hacemos a un lado nuestras diferencias, para resaltar en cambio nuestras similitudes. De esta forma, encontramos un camino de solidaridad que nos hermana, que nos hace empatizar entre nosotros: sentir el dolor y el alivio ajenos como un dolor y un alivio compartidos.

Hablar de solidaridad y empatía me lleva a pensar en el diálogo y el consenso, o en la unión y enfoque de energías para la consecución de un bien común. Debo precisar, sin embargo, que la voluntad de consenso no niega las diferencias, sino que más bien las aprovecha. No sería posible hablar de complementariedad, ni de la posibilidad siquiera de un cambio positivo, si no existieran diferencias entre nuestras visiones, nuestras maneras de pensar, nuestros contextos, géneros, religiones y preferencias.

La complementariedad ha sido un factor medular en el desarrollo de nuestra especie: ya hablemos del plano genético y biológico o del social; del artístico, cultural o del académico. El mejor ejemplo de ello, en este último caso, se llama Universidad. La Universidad se ha erigido como el espacio contemporáneo en que las distintas y múltiples vertientes del conocimiento humano son capaces de acercarse y de enlazarse, sin por ello confundirse; es el espacio en que se puede ser médico pediatra y extraordinario promotor cultural, químico y humanista; ingeniero y amante de la historia y la filosofía; físico y apasionado de la poesía; es un lugar de luz, de esas luces que conjuntan el conocimiento y la juventud, la experiencia y la vitalidad; en las que puede cifrarse la esperanza de construir una ciudad mejor, un país mejor, un mundo mejor.

Por esta razón, el encuentro entre dos o más universidades es siempre un suceso especial, deseable y encomiable; más aún cuando dichas instituciones residen en países con visiones, lenguas y culturas distintas. La movilidad de académicos y alumnos genera, en este contexto, un intercambio de conocimientos, ideas y costumbres que potencializan la complementariedad. Esta movilidad, si me permiten la comparación, se asemeja en mucho al proceso de polinización y fecundación de los campos que realizan las abejas. No sólo ganan quienes hacen movilidad con su experiencia directa, sino también la sociedad que los recibe y la sociedad a la que regresan, porque ambas entran en contacto y esparcen la semilla de su cultura. Este diálogo cultural trae riqueza, concordia y empatía, y trasciende los campus universitarios para llegar a la sociedad en general.

Me congratula enormemente que las universidades apostemos por esparcir la semilla del conocimiento y la diversidad cultural; que trabajemos juntos para responder con la construcción de puentes a los muros físicos e ideológicos que quieren levantar entre nosotros. Por esta razón, expreso mi más profundo agradecimiento a la Universidad Dominicana de Chicago, por su voluntad de reforzar los lazos que desde hace diez años nos unen; por la complementariedad, la hermandad y el afecto que se ha construido entre ambas instituciones.

Dra. Donna Carroll, no encuentro palabras suficientes para manifestarle mi profundo y sincero agradecimiento, a usted, al Consejo Directivo de la Universidad Dominicana y a la Facultad de Trabajo Social, por el inmenso honor que han tenido a bien conferirme, y que humildemente recibo con la absoluta convicción de que no soy sólo yo su destinatario, sino la Universidad Autónoma de Aguascalientes por entero, institución a la que como egresado, como académico y como directivo, me debo por completo.

Recibo esta notable distinción como un fundamental aliciente para renovar mi compromiso con mi trabajo y responsabilidades; con la prioritaria tarea de seguir velando por una educación pertinente, por la vinculación y compromiso social de los profesionistas y por llevar a cabo acciones para que podamos construir mejores sociedades: libres, sapientes, equitativas, diversas, pacíficas y complementarias.

Muchas, muchas gracias.

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