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Apuntes sobre la aldea global y la diversidad lingüística


Francisco Javier Avelar González

Hace unos días, en la Universidad Autónoma de Aguascalientes tuvimos el gusto de concluir el curso “Programa Bilingüismo Escolar” que ofrecimos a algunas educadoras del estado. El objetivo de este curso era fortalecer el conocimiento del inglés en las docentes de educación preescolar, con el fin de que ellas, a su vez, puedan acompañar a nuestros infantes en sus primeros acercamientos a dicho idioma. El curso, y el hecho mismo de que se haya ofertado a las docentes que atienden a niños de preescolar, reflejan una visión integral sobre nuestra concepción del contexto económico, social y educativo del mundo contemporáneo y un esfuerzo institucional por mejorar las probabilidades de que los mexicanos sean competitivos en dicho mundo.

Ahora bien, privilegiar el estudio del inglés como segundo idioma, por sobre las más de cinco mil lenguas que actualmente se hablan en el mundo, puede generar algunas reflexiones relacionadas con las estrategias a seguir para proteger los derechos lingüísticos de las personas. Por ello, es necesario ser comprensivos con las circunstancias económicas, científicas, sociales y culturales, con el fin de diseñar distintos programas no sólo de enseñanza de idiomas, sino de rescate de la diversidad lingüística del país y del mundo.

Tanto en México, como en el resto de Occidente y gran parte de Oriente, hay un marcado interés en las personas por aprender inglés y esto no obedece a alguna moda, sino a una necesidad de las mismas personas (y los países que, en conjunto, conforman) por poder ser más competitivos y acceder a las oportunidades que otorga saber comunicarse con uno de los países más ricos y poderosos del mundo (y, no sólo eso, sino uno de los que mejor sabe diversificar sus recursos económicos, tanto en intercambios comerciales como en programas educativos, de investigación y deportivos): Estados Unidos. Esta necesidad se ve reflejada en la gran cantidad de escuelas privadas de idiomas, dedicadas preponderantemente a la enseñanza del inglés.

Como sabemos, desde hace varias décadas, nuestro vecino país del norte ha llevado la batuta en cuanto a las dinámicas económicas mundiales y, a la vez, es uno de los más grandes generadores de conocimiento del orbe (debido, justamente, a sus enormes recursos monetarios). No está de más recordar que, a lo largo de la historia de la humanidad, diversas naciones han ocupado ese lugar de privilegio; pensemos, para dar dos ejemplos, en la época del Imperio Romano, cuya fuerza fue tal que su lengua, el latín, se diseminó por un territorio vastísimo y su influencia sigue siendo visible en nuestros días: de dicho idioma surgieron las lenguas romances; además, un sinnúmero de términos científicos y palabras actuales (incluso anglosajonas) tienen su raíz en el latín. En otra época, el lugar de privilegio fue ocupado por el Imperio Español (sobre todo en tiempos de Carlos V y, después, de su hijo Felipe II, cuyo dominio territorial era tan grande, que decía -y con razón- que “en su reino nunca se ponía el sol”).

Considerando entonces la importancia actual del inglés como lengua común en el plano internacional (ya hablemos de intercambios comerciales, científicos, educativos o tecnológicos), una responsabilidad de las instituciones de educación del país es ofrecer a la ciudadanía la oportunidad de aprender dicha lengua; esto porque mientras más preparada o competente sea nuestra población y mientras menos barreras comunicativas tenga en este mundo globalizado, mayores oportunidades tendrá de acceder a una vida con estabilidad económica y de crecimiento profesional.

Lo anterior no implica que se deje de trabajar en el rescate y la difusión de otras lenguas y culturas. De hecho, del dominio del inglés podemos sacar algún provecho, porque a través de él podemos tener acceso a los medios de comunicación y al sistema educativo de diversos países, y transmitir por dichas vías nuestras investigaciones y nuestra cultura. Si lográsemos que las academias norteamericanas y europeas sintieran interés por nuestras lenguas (como de hecho sucede), multiplicaríamos las posibilidades de que se hagan registros y estudios de las más de 360 variedades lingüísticas que conviven en nuestro país. En este sentido, la enseñanza del inglés nos podría servir como un medio para el rescate de nuestras lenguas originarias.

Debemos recalcar que todos los idiomas del mundo son patrimonio inmaterial de la humanidad y, por ello, no hay una lengua mejor ni más importante que otra: todas tienen su riqueza particular y todas deben ser consideradas con el mismo interés, pues detrás de cada una existe una comunidad de hablantes que ha impreso ahí sus creencias y costumbres o que, al menos, reconoce en su idioma un importante rasgo de identidad.

De acuerdo con lo anterior, la tarea es doble: por un lado, se debe preparar a la gente para competir de la mejor manera en esta aldea global, donde muchos empleos y oportunidades de crecimiento económico son disputados por personas de muy diversos países y, por otra parte, se debe hacer lo posible por que las opciones de aprendizaje de lenguas sean amplias y, sobre todo, por rescatar las variantes lingüísticas de la propia nación. Justo por lo anterior, organismos como el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas merece todo nuestro reconocimiento y nuestro apoyo.

Sin duda, es una tarea ardua encontrar el equilibrio entre estas dos tareas de enorme importancia económica, educativa, científica y cultural, pero se deben hacer todos los esfuerzos para no descuidar ninguna de ellas: conservemos a todas las lenguas que podamos en esta fascinante Babel contemporánea, pero no perdamos de vista lo indispensable que es contar con uno o varios medios de comunicación compartidos, para que la humanidad pueda comunicarse a pesar de su diversidad y sus diferencias.

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