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La diversidad sexual: una cuestión de Derechos Humanos

Francisco Javier Avelar González

Aunque no se trata de una efeméride integrada al calendario de la ONU, desde 1970 cada 28 de junio se celebra el Día Mundial de la Diversidad Sexual. En algunos países (entre ellos México) esta celebración se desplaza al sábado anterior o posterior de dicha fecha. Tradicionalmente, este día se suelen hacer marchas en las que integrantes de la comunidad LGBTI (a quienes se suman simpatizantes con su causa) manifiestan su orientación o preferencia sexual, como una forma valiente de responder a los ataques verbales, físicos o legales de los que históricamente han sido víctimas en una gran cantidad de países (incluyendo el nuestro).

Entre algunos sectores poblacionales, es común que las expresiones masivas de apoyo a esta causa sean vistas con escándalo, sobre todo por las muestras públicas de cariño de sus manifestantes o por la indumentaria que estos optan por vestir durante las marchas. Más allá de los acalorados debates sobre los límites del decoro o la moral en la vestimenta y en las muestras públicas de afecto interpersonal (en los que, sea cual sea la postura, no debería haber distingo de criterio entre heterosexuales y no heterosexuales), el tema de la diversidad sexual debe ser necesariamente abordado desde una perspectiva que ponga como punto de partida, centro y fin último, el respeto a los derechos fundamentales de todo ser humano.

Para abrir un poco nuestra perspectiva sobre la importancia de abordar este tema, en búsqueda de erradicar prejuicios heredados y defender el trato digno y justo a todas las personas, puede resultarnos útil recordar que, de acuerdo con datos de la Agencia EFE, la homosexualidad todavía es considerada un delito en 72 países y uno capital (cuyo castigo es la pena de muerte) en ocho de ellos.

Con respecto a la discriminación y la persecución que han sufrido a lo largo de la historia contemporánea las personas que no se asumen heterosexuales, bastaría mencionar que, por ejemplo, en Alemania las relaciones homosexuales consensuadas (entre hombres adultos) estuvieron legalmente prohibidas y penadas hasta 1994, cuando fue derogada esta ley. Y en Reino Unido la homosexualidad (de nuevo: entre hombres adultos) estuvo penada hasta 1967, y aún hace un año había 15 mil británicos vivos con su historial penal injustamente manchado, debido a que fueron condenados (antes del 67) por el “delito” de tener una orientación sexual distinta.

La persecución legal en contra de esta comunidad no perdonó ni siquiera a genios de las artes y las ciencias que hicieron grandes aportes a la humanidad. Entre ellos, podemos mencionar a Óscar Wilde (1854-1900): uno de los más grandes exponentes de la literatura, que murió en la ruina, exiliado y escondiendo su identidad con un nombre falso, tres años después de salir de la cárcel a la que fue condenado por tener una relación con otro hombre. Otro caso trágico fue el de Alan Turing (1912-1954): extraordinario matemático considerado el padre de la informática moderna, entre cuyos logros se encuentra haber creado la máquina de Turing -precursora de las computadoras contemporáneas- y haber descifrado los mensajes de Enigma, la máquina con la cual los nazis intercambiaban textos codificados durante la Segunda Guerra Mundial (se estima que este logro fue fundamental para derrotar a Alemania y para acortar entre dos y cuatro años la duración de la guerra). Este monumental científico que salvó tantas vidas decidió quitarse la propia dos años después de que lo condenaran a ser castrado químicamente para “curarle” su homosexualidad… Apenas en 2013 la reina Isabel II le concedió, mediante un edicto real, un indulto póstumo (nótese que el indulto no implica la anulación o negación del “delito”, sino que sólo lo “perdona”).

Si el cambio de mentalidad en países occidentales súper desarrollados y con altísimo nivel educativo -como Reino Unido y Alemania- ha sido lento y se ha dado más bien en épocas recientes, es esperable (pero no justificable) que en otros países de occidente haya resistencias para aceptar el derecho a la diversidad sexual (la cual, por cierto, no es siquiera novedosa: en casi todas las civilizaciones y culturas a lo largo de la historia han existido con regularidad relaciones afectivas entre personas del mismo sexo).

Si al panorama agregamos la absoluta intolerancia de algunas naciones de Europa del Este, África y Oriente en general, con respecto a la apertura en este tema (visible en asesinatos, persecuciones y castigos en contra de homosexuales, bisexuales y transexuales), entenderemos la profunda importancia simbólica de las marchas organizadas por la comunidad LGBTI: se trata de la defensa de la dignidad de las personas, a través del respeto a sus derechos fundamentales; se trata de entender que no podemos maltratar o condenar a ningún ser humano sólo porque no se adapta a nuestra idea estereotípica del mundo.

En este sentido, el foco de atención no podría centrarse en la ruptura excepcional de los códigos de vestimenta aceptados o tolerados cotidianamente (ruptura que también sucede en la comunidad heterosexual, en un sinnúmero de revistas, afiches publicitarios o fiestas de carácter público como los carnavales), sino en la intolerancia social, explícita o implícita, que continúa discriminando a quienes tienen una orientación sexual distinta a la de la mayoría.

El Día Mundial de la Diversidad Sexual es una excelente efeméride para hacer un examen de conciencia y observar si nuestras actitudes y expresiones denigran o condenan a personas cuyo único “delito” es no tener las mismas ideas y preferencias. Por supuesto, la reflexión debe ser extensiva para integrantes de la comunidad LGBTI, en el caso de que sean ofensivas o discriminatorias las etiquetas y expresiones con las que se refieren a la comunidad heterosexual. A fin de cuentas, la diversidad nos incluye a todos(as), por lo que la tolerancia y el respeto debe ser una obligación de todos(as), sin distingo de banderas, preferencias o ideologías. Insisto: el eje toral y el fondo de este tema debe ser el respeto a la otredad y la defensa de las garantías y los derechos fundamentales de todo ser humano.

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