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PDF | 593 | Hace 2 años | 23 julio, 2021
Francisco Javier Avelar González
En la entrega anterior de esta serie de columnas dedicadas al tema de la generación de mitos, introdujimos en nuestra reflexión el concepto de “victimismo”, al que, siguiendo al escritor italiano Daniele Giglioli, identificamos como uno de los grandes mecanismos mitológicos de nuestra era…
Conscientes de lo delgado que se vuelve el hielo que pisamos ahora, es necesario decir que no existe grupo o comunidad concreta que posea la exclusividad de uso de este mecanismo; muy al contrario, en nuestra época hay una fuerte competencia por la fabricación de víctimas imaginarias o por la cooptación de víctimas reales para su uso (y explotación) con fines políticos: tanto desde la derecha como desde la izquierda, podremos encontrar importantes ejemplos de líderes, ideólogos e individuos diversos intentando imponer su agenda, así como ganar atención, cátedras, espacios, publicaciones, presupuestos o votos -dependiendo del caso-, al asumirse como representantes y defensores de grupos vulnerados o presentándose ellos mismos como víctimas de algo o alguien más.
Esta lucha en el plano discursivo por la apropiación del lugar que corresponde a las víctimas, confirma la fuerza del victimismo como dispositivo mitológico y nos deja entrever al mismo tiempo la tergiversación y explotación del mismo concepto de víctima, el cual se toma prestado, se vacía de su sentido original y se rellena con una carga semántica casi antagónica a tal sentido: ya no hay sufrimiento, humillación, debilidad, vergüenza, sumisión, negación de la palabra, tristeza, vulnerabilidad, etc., sino poder, prestigio, reconocimiento, imposición de la voz propia en el espacio público e inmunidad ante la crítica o el cuestionamiento.
Por lo general, esta “resemantización” del concepto no alcanza a tocar a las víctimas reales: por ejemplo, los 79 millones de desplazados e inmigrantes forzados en el mundo continúan padeciendo terribles vejaciones, así como falta de visibilidad y presencia en la agenda pública; lo mismo podemos decir de las centenas de millones de personas que sufren en silencio de una suerte de esclavitud fáctica, o de las miles de millones de personas invisibles, que no tienen acceso a uno o más servicios básicos y que viven en condiciones infrahumanas…
El victimismo contemporáneo resulta perverso no sólo porque empuja a la infantilización incluso de sectores con alto nivel de educación y una cómoda posición socioeconómica, seduciéndolos con la idea de que es redituable identificarse ante los demás como seres sufrientes y eternos menores de edad (con muy poca o nula responsabilidad sobre sus propias decisiones, pero con una fuerte necesidad de cuidados por parte de terceros, quienes siempre serán los culpables de lo que les pase); sino porque coopta el legítimo espacio de visibilización de las personas verdaderamente vulneradas, desviando la atención, los esfuerzos y los recursos que estaban, están o podrían estar destinados a su atención.
Llegados a este punto, es posible preguntarnos cómo distinguir a una persona vulnerada de una que intenta sacar ganancias del río revuelto y de las confusiones que estamos atravesando con respecto a cómo podemos construir una mejor sociedad, con menos desigualdades, violencias e injusticias. Para intentar dar una respuesta, aunque sea de forma indirecta, vale la pena revisar tres pilares del victimismo, de acuerdo con el análisis de Giglioli:
Aunque las cosas no son blanco y negro, y en las interacciones de cada día los contextos particulares pueden dificultar nuestra manera de interpretar lo que vemos, tener en cuenta estos tres pilares como una suerte de pruebas de verificación podría permitirnos vislumbrar cuando el mecanismo victimista se ha puesto (o lo hemos puesto) en marcha. Reitero: las cosas no son tan sencillas, pero la herramienta puede ser útil para, por lo menos, hacer un esfuerzo por mensurar y poner en su justa dimensión cada probable hecho de injusticia, inequidad o violencia al que nos podamos enfrentar, ya como afectados, ya como testigos.
Desactivar la maquinaria mitológica del victimismo representaría dar un paso de suma utilidad en nuestro camino hacia la construcción de una mejor sociedad, responsable y madura; esto porque nos permitiría identificar cabalmente a las personas y los temas sociales que requieren mayor atención, así como frenar los impulsos de quienes -consciente o inconscientemente- han encontrado una rentable forma de vida en la exigencia de sumisión absoluta hacia sus ideas y agendas, a través de la autoinfantilización o de la usurpación de víctimas y grupos vulnerables… ¡Nos vemos la próxima semana!