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PDF | 696 | Hace 3 años | 13 noviembre, 2020
Francisco Javier Avelar González
A lo largo de la historia, nuestra especie se ha enfrentado a diversas catástrofes y enfermedades que han puesto a prueba nuestra capacidad de adaptación y resiliencia. Cada ocasión nos ha permitido generar conocimientos y estrategias que, a su vez, nos han llevado a mejorar nuestras medidas de prevención y los sistemas de respuesta ante cada nueva problemática. En la actualidad nos enfrentamos a un patógeno que, por su dispersión mundial y su letalidad (sobre todo entre ciertos sectores poblacionales), ya se estima como el causante de una de las crisis internacionales de salud que más muertes humanas ha provocado en la historia…
Quisiera recoger aquí tal estimación como punto de partida, y proponer algunas variables comparativas entre diversas pandemias históricas, con el objetivo de hacer notar cómo nuestro contexto, nuestros conocimientos médicos y epidemiológicos y, sobre todo, nuestras campañas de confinamiento, distanciamiento físico, uso de cubrebocas y fortalecimiento de las medidas de higiene personal, han sido fundamentales para evitar, hasta ahora, un escenario mucho más catastrófico que el que estamos viviendo.
En este tenor, una de las variables a tomar en cuenta es el número de habitantes en el mundo cuando ha ocurrido cada pandemia. Aplicando este criterio, la epidemia de viruela japonesa, ocurrida entre el año 735 y 737 de nuestra era y que mató aproximadamente a un millón de personas, podría considerarse mucho más devastadora que la de Covid-19, aunque con esta última enfermedad seguramente alcanzaremos el millón y medio de decesos oficiales tan solo en 2020… Para comprender lo anterior, debemos recordar que en el año 735 la población mundial estimada era de poco más de 210 millones de habitantes; en cambio ahora, mientras leemos este texto, nuestra población es de 7 mil 825 millones (y contando). Desde el enfoque propuesto, para que el impacto de las epidemias que estamos comparando fuera equivalente, tendrían que fallecer 10.7 millones de personas por Covid-19, entre lo que queda de este año y el siguiente. Sólo de esta forma, ambas enfermedades habrían matado al mismo porcentaje poblacional de cada respectiva época (estimado en 0.136%).
El referente de crisis sanitaria internacional más reciente que tenemos es el de la “Gripe Española” que ocurrió hace cien años (aunque ni el virus ni la enfermedad que provocaba surgieron en España, y la propagación en Europa ocurrió a través de soldados norteamericanos, en el contexto de la finalización de la Primera Guerra Mundial). Con el fin de construir un marco situacional ante un escenario inédito para nuestras generaciones, los medios informativos optaron hace algunos meses por recurrir a una comparación general con aquella otra pandemia. Eso parece adecuado desde el entendido de que es el marco contextual más cercano al que nos podríamos comparar para entender los alcances de dispersión de la grave enfermedad que ahora nos azota. Pero hay algunas diferencias importantes que vale la pena observar:
Entre 1918 y 1920, se estima que la población del mundo se aproximaba a los mil 900 millones de personas. Durante esos años ocurrió la dispersión del virus H1N1, que generó la enfermedad de Influenza bautizada popularmente como “Gripe española”. En el contexto de devastación económica, sanitaria y social que había dejado la recién concluida guerra mundial, no se tuvieron las herramientas ni la organización necesaria para combatir una nueva guerra, pero ahora contra un patógeno de considerable poder de dispersión y letalidad. Tampoco pudo realizarse un conteo preciso de contagios y muertes; pero hoy se calcula que los decesos humanos provocados por aquel brote oscilan entre los 50 y los 100 millones. Eso quiere decir que dicha enfermedad mató, en un lapso de dos o tres años, a entre el 2.5% y el 5% de la población mundial.
Si quisiéramos equiparar el impacto de aquella Influenza con el de este Coronavirus, tendríamos que igualar primero las enormes y devastadoras desventajas coyunturales con que se enfrentó la pandemia de hace cien años. Por otro lado, para equiparar el porcentaje en el número de muertes, el Coronavirus actual tendría que matar en un par de años a entre 197 y 395 millones de personas (tomando en cuenta el aumento demográfico).
Una vez introducida la variable propuesta y hecho un par de comparaciones ejemplificativas, podemos ahora preguntarnos sobre la letalidad de cada enfermedad considerando otra arista que ya hemos mencionado: los factores coyunturales que propiciaron su dispersión y su éxito como agentes de exterminio. Por ejemplo, ¿era de 125 a 250 veces más letal la Gripe H1N1 que la Covid-19? A juzgar por otras Influenzas que hemos enfrentado más recientemente (como la A-H1N1 surgida en 2009), tenemos buenas razones para creer que no. El enorme impacto de aquella pandemia tuvo mucho que ver con las limitaciones de conocimiento médico y químico propias de la época, pero sobre todo -como hemos dicho- con las precarias condiciones económicas, sanitarias y sociales con que los países afectados tuvieron que hacer frente a las olas de contagios.
Es probable que si la Influenza de 1918 hubiera aparecido cien años después -con el cúmulo de conocimientos, infraestructura, relativa paz internacional y aceptable organización social que tenemos- su letalidad hubiera sido mucho menor, en comparación con la atrocidad que logró hace un siglo. En el mismo tenor, podemos recordar el caso de la Peste Negra (1347-1351), enfermedad que, aprovechando la poca higiene y el pedestre sistema de salud del Medioevo, exterminó a alrededor de la mitad de la población en Europa…
Hasta este punto, hemos observado dos aristas de posible comparación para entender de mejor manera el impacto real del preocupante virus que hoy se sigue dispersando por nuestro planeta a pasos agigantados. Por lo pronto, podemos observar que, en términos porcentuales, no hay punto de comparación entre el impacto de la Covid-19 y el de otras grandes enfermedades que han azotado a nuestra especie. Y esto se debe, en gran parte, a las ventajas situacionales, los avances médicos y las drásticas medidas de protección e higiene que hemos adoptado (ventajas, avances y medidas que no se tuvieron o no pudieron tomarse en épocas en las que ocurrieron otras grandes epidemias).
Es claro que lo dicho hasta ahora no pretende instar a que relajemos nuestras medidas de distanciamiento físico e higiene sanitaria. Todo lo contrario: comparar las circunstancias y efectos de cada pandemia tendría que darnos luces para vislumbrar que son precisamente las medidas que hemos tomado (y nuestros avances en materia de salud e higiene) las que están conteniendo el impacto de una grave enfermedad que, en otras circunstancias, pudiera haber alcanzado un poder de letalidad y dispersión mucho más devastadores… Sin las drásticas medidas de higiene y contención que hemos adoptado durante estos meses, este coronavirus ya habría cobrado la vida de muchos millones de personas más.
El espacio se nos ha terminado, pero la siguiente semana continuaremos con esta reflexión. ¡Hasta entonces!