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PDF | 459 | Hace 1 año | 6 mayo, 2022
Francisco Javier Avelar González
Estimadas madres:
A cuatro días de que celebremos la más alta de las vocaciones, les escribo con sincera humildad este puñado de palabras, para expresarles mi admiración y reconocimiento.
Nuestra sociedad tiene muy claro que dar a luz un nuevo ser humano es una maravilla que difícilmente podríamos comparar en importancia con cualquier otro evento: es, a fin de cuentas, el triunfo de la vida; el surgimiento de una persona única en el mundo, en la que se cifrarán renovadas esperanzas en esta ardua tarea que tenemos por construir cada vez mejores sociedades. Pero, a pesar de que la concepción y el nacimiento de una persona representan un evento sin parangón, la maternidad está lejos de agotarse en ese espectacular suceso.
Se da a luz a un ser humano absolutamente indefenso, pre-lingüístico e incapaz de valerse por sí mismo. Desde ese día cero, hasta muchos años después, serán necesarios innumerables cuidados y enseñanzas para que esa persona pueda integrarse por completo a la sociedad y hacer una aportación en ella. Si bien es cierto hay muchos hombres implicados en esta compleja labor (y deberían ser muchos más), en general son mujeres -mamás biológicas o adoptivas, abuelas, niñeras, maestras- quienes suelen asumir la mayor parte del peso de la educación y de la crianza, sobre todo en los primeros años. En todas ellas cobra un sentido profundo el concepto de maternidad. Y es por lo dicho que nuestro reconocimiento y agradecimiento debe ser para ellas; es decir, para ustedes, queridas mamás, que escogen o escogieron en su momento erigirse como las columnas vertebrales de nuestra sociedad.
Por lo ahora dicho, entendemos la maternidad como el culmen de eso que llamamos vocación: los trabajos y sacrificios que asumen quienes han decidido dar espacio al cuidado y la crianza de uno o varios niños, sobre todo en la difícil época en que vivimos, superan por mucho el terreno del instinto. Implica renuncias conscientes, mucha organización, esfuerzos suplementarios a los que hace cualquier otra persona y una milagrosa repartición (y multiplicación) del tiempo en un contexto laboral y económico extremadamente competido.
Las dificultades sociales, económicas y laborales que nos ha tocado atravesar hacen todavía más agotador y complicado el ejercicio pleno de la maternidad. Darnos cuenta de ello -y entender que toda sociedad debe constituirse como una red de apoyo mutuo- es de suma importancia para construir y fortalecer dinámicas, mecanismos e instituciones que aligeren o repartan la gran responsabilidad que llevan en sus hombros quienes tienen hijos.
En la carta que redacté hace un año a propósito de esta conmemoración, exhortaba a las personas que no son madres: esposos o parejas, hijos e hijas, hermanos, familiares en general y colegas, a que el diez de mayo y los subsecuentes días no nos quedemos en el puro reconocimiento y en la canonización en vida de nuestras progenitoras. Hoy quisiera reiterar el exhorto: más allá de las felicitaciones y obsequios que les podamos brindar, nos toca continuar haciendo conciencia y esforzándonos para compartir y repartir labores en el hogar, de tal forma que ser madre no sea hoy una desventaja ni una extraña clase de castigo. Celebremos entonces a las mamás desde la empatía funcional y la solidaridad; desde el empeño por hacer del milagro de la crianza de un niño o un adolescente una labor compartida.
A todas las madres, les deseo este diez de mayo el mejor de los días, pero sobre todo deseo que sepamos empatizar con su vocación y asumirnos como buenos compañeros y compañeras de ustedes en este camino.
Con agradecimiento y admiración,
Dr. Francisco Javier Avelar González
Rector de la UAA