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PDF | 1591 | Hace 3 años | 11 septiembre, 2020
Francisco Javier Avelar González
Uno de los temas permanentes en la agenda de muchos países es la erradicación del analfabetismo. De hecho, es uno de los objetivos para el desarrollo sostenible, consignado en la Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas. Si recuperamos las estadísticas con respecto a la alfabetización durante los últimos 100 o 150 años, podríamos deducir cómo el tema fue adquiriendo importancia gradual conforme la urbanización, el desarrollo y la industrialización de cada país fue en aumento.
Por contexto, el ejemplo obligado debe ser nuestra nación: hace unas semanas, en este mismo espacio, recordábamos que en la última etapa del porfiriato tres cuartas partes de la población mexicana no sabía leer ni escribir; en cambio hoy tenemos, de acuerdo con fuentes oficiales, más de 95% de mexicanos mayores de 15 años con los conocimientos indispensables de lectoescritura. Con diferencias porcentuales y contextuales, el avance sostenido en las campañas de alfabetismo puede considerarse una constante en muchas naciones del orbe.
Es indudable que los logros en la materia son dignos de elogio; sin embargo, no debemos perder de vista que, cuando hablamos de una población de 7 mil 800 millones de personas a nivel global, o de más de 125 millones si nos abocamos a nuestro país, esos ínfimos porcentajes de analfabetismo representan, en realidad, la desventaja o incluso la tragedia de millones de familias.
De acuerdo con la UNESCO, “773 millones de adultos en el mundo no poseen, hoy en día, las competencias básicas en lectoescritura”. Y si nos enfocamos al caso de México, de acuerdo con el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, aún tenemos “3 millones 704 mil 998 personas adultas que no saben ni leer ni escribir y pertenecen a sectores altamente vulnerables de la población, como adultos mayores, personas con discapacidad, jornaleros agrícolas, indígenas y madres solteras” (los datos de ambas citas se publicaron en 2019).
Estas cifras permiten ajustar no sólo nuestros diagnósticos con respecto al trabajo de alfabetización que hacemos en el país y de manera global; también nos dejan ver hacia dónde debemos caminar, o en qué sectores tenemos que mejorar nuestras estrategias educativas. En general, el sistema escolarizado de educación para infantes y jóvenes ya cuenta con bases sólidas y la inercia necesaria para atender a cientos de millones de personas en edad de formación primaria, que paulatinamente se irán sumando a las filas de quienes saben leer y escribir (condición indispensable en nuestras comunidades, para luego poder incrementar masivamente el número de bachilleres y universitarios). En cambio, los programas para la alfabetización de adultos -sobre todo en situación de vulnerabilidad económica y social- necesitan de mayores esfuerzos e inversión.
Adicionalmente, debemos considerar la coyuntura por la cual estamos atravesando, así como los problemas contextuales que han derivado del confinamiento forzoso de las sociedades (lo que ha incluido la cancelación de clases y otras actividades académicas presenciales). Al enfocarnos en este tema particular, podemos caer en cuenta de que, en muchas naciones, no contamos con acceso general ni a internet, ni a dispositivos digitales adecuados para tomar clases en línea (computadoras y tabletas, por ejemplo). Esto pone en franca desventaja, de nueva cuenta, a las personas con menos recursos y/o cuyas comunidades cuentan con una deficiente infraestructura en telecomunicaciones.
Vulnerables entre los vulnerables, los adultos analfabetas y sin capacidad económica pueden estar siendo olvidados por nuestros sistemas educativos, en tanto los programas de escuelas para adultos no encuentren una réplica adecuada en el mundo virtual y/o si no se desarrollan estrategias interinstitucionales coordinadas para proporcionarles opciones y herramientas digitales (laptops, celulares de última generación, tabletas, acceso a internet y a plataformas educativas de manera gratuita…), a fin de que puedan iniciar o retomar sus lecciones de lectoescritura.
Este particular problema de conectividad, insuflado por el contexto de la suspensión masiva de cursos presenciales, tal vez sea el mayor reto que hoy estemos enfrentando cuando hablamos del tema de la alfabetización. Tomemos en cuenta que distintos informes indican que casi la mitad de la población mundial no tiene acceso a internet. En el caso de nuestro país, un informe del Instituto Federal de Telecomunicaciones, fechado en febrero de 2019, indica que menos del 80% de la población urbana y menos del 50% de la población rural tiene acceso a esta red digital. Además, menos del 50% de los hogares de todo el país cuenta con al menos una computadora…
Este martes 8 de septiembre celebramos el “Día Internacional de la Alfabetización”. Hay mucho que destacar en este tema; pues los esfuerzos -titánicos, sin duda- han dado frutos encomiables; pero a la par del reconocimiento de los logros de miles de educadores, aprendices, administradores e instituciones, debemos continuar con la elaboración de diagnósticos periódicos de nuestra posición en este tema, y adaptar estrategias, programas y recursos para atender el analfabetismo que aún existe en el orbe. Al menos este año (y es muy posible que también los que vienen a partir de ahora), el reto de la alfabetización ha unido su cauce con los retos relacionados con el acceso masivo a Internet.
Lejos de ser un eufemismo, es verdad que todo reto es un área de oportunidad. Aprovechemos entonces la coyuntura: busquemos que cada hogar del país (del mundo, si es posible) tenga la capacidad de conectarse a internet y, por supuesto, que todo adulto con problemas de lectoescritura tenga posibilidades reales de alfabetizarse, sin importar el lugar donde se encuentre, ni el contexto en el que esté viviendo.
¡Nos vemos la próxima semana!