Universidad Autónoma de Aguascalientes

¿Es necesario un Día Mundial del Libro?

PDF | 600 | Hace 2 años | 23 abril, 2021

Francisco Javier Avelar González

Hoy se celebra en todo el mundo el Día del Libro y del Derecho de Autor. Uno de los principales objetivos de esta fiesta, establecida por la ONU en 1995, es hacer conciencia sobre la importancia de la palabra reunida y guardada en este formato, como baluarte y vehículo para la transmisión de la cultura, el conocimiento y la memoria de la humanidad.

Considerando que anualmente se publican en promedio dos millones de nuevos títulos y que en la gran mayoría de las viviendas del orbe encontraremos al menos un libro, a muchos podría parecer que el objetivo enunciado por la ONU roza el territorio de las obviedades; de lo sobreentendido. Después de todo -podríamos pensar- ¿quién no reconocería el papel fundamental de este revolucionario invento, gracias al cual hemos logrado una provechosa conversación permanente con filósofos, creadores, científicos e historiadores de todas las épocas? Y gracias al cual -aunque esto tal vez no sea tan evidente- se han modificado importantes procesos -desde neuronales hasta sociales- involucrados con la memoria y la interpretación del entorno. Sin los libros, no podría entenderse el nivel de organización y desarrollo que posee nuestra civilización.

Pero, si pensamos en el tema desde otra perspectiva, podremos darnos cuenta de que -como en muchos otros casos, como los correspondientes a la justicia, la equidad y la honestidad- reconocer verbalmente la valía y la necesidad de algo no significa que haya una interiorización personal de dicho reconocimiento, ni que éste surja de una verdadera convicción respaldada con coherencia por nuestras acciones cotidianas. En el caso de los libros, el escaso número de librerías y de bibliotecas en no pocas ciudades y naciones (México incluido), así como los resultados de las encuestas sobre los hábitos lectores de sus habitantes, nos muestran con claridad inconsistencias severas entre nuestro decir y nuestro hacer.

En el terreno de los hechos, un número significativo de personas se las arregla bastante bien para vivir sin libros o con la cantidad mínima indispensable de ellos (incluso, y muy lamentablemente, entre universitarios y profesionistas). Lo anterior a costa de que proliferen muestras cada vez más extendidas de ignorancia, necedad, analfabetismo práctico y un alarmante culto a la posverdad y el sectarismo ideológico, por encima de los hechos, la razón y el conocimiento. Ante esta grave realidad, la concientización propuesta por la ONU está muy lejos de ser intrascendente o baladí: es en cambio absolutamente necesaria.

Entiendo que al hablar de la ausencia de libros y del hábito de la lectura entre muchas personas, transito un terreno un tanto pantanoso, en el que habría que hacer diversas aclaraciones para no hundirnos con el peso de afirmaciones demasiado tajantes. Por eso, a los resultados en las encuestas cuantitativas sobre los hábitos de lectura y las estadísticas sobre el número de libros vendidos o prestados en librerías y bibliotecas, respectivamente, habría que agregar y profundizar en datos de tipo cualitativo: no sólo se trata de saber cuánto se lee; sino -y tal vez eso sea más importante- qué se lee y cómo se entiende lo leído.

En el mismo tenor, debemos tomar en cuenta dos premisas. Primero, que los libros pueden verse como excelentes contenedores, vehículos y mensajeros, pero en la blancura original de sus superficies (ya sea en hojas de papel o digitales) cabe cualquier clase de contenido: desde los hallazgos más sorprendentes o el pensamiento más profundo y noble que hemos desarrollado como especie, hasta encomios al odio, la ignorancia y la radicalización. Por otra parte, la decodificación de los símbolos que forman las palabras no equivale a la comprensión lectora, sino que se trata apenas de la primera parte de un proceso de mucho mayor complejidad, al que tal vez no hemos puesto la atención necesaria. En este punto particular, las instituciones educativas tenemos una enorme área de oportunidad y una responsabilidad que debe ser atendida con urgencia (si no queda clara la diferencia entre decodificación y comprensión, puede hacer un experimento extremo casi infalible: ponga a un niño a que lea en voz alta un fragmento de algún tratado filosófico o, en su defecto, alguna miscelánea fiscal; luego pregunte qué entendió de lo leído).

Con estas consideraciones generales sobre la mesa, podemos aventurarnos a decir que, en efecto, aún es necesario tener una fecha especial para la celebración de los libros, a fin de concientizarnos sobre su importancia… Consideremos que, en la medida en que optamos por 1) leer contenidos chatarra o que difunden la desinformación, la tergiversación de la realidad y la promoción del encono colectivo; 2) no cultivar el hábito de leer libros, y 3) no comprometernos a mejorar nuestra comprensión lectora, mostramos un respeto cuestionable por los libros -entendidos como fuentes de conocimiento y de crecimiento personal y colectivo-, pauperizamos la oferta editorial y reducimos las posibilidades de la subsistencia y la creación de librerías y bibliotecas…

Este Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor puede ser aprovechado por cada uno de nosotros para visitar una librería o una biblioteca, iniciar una nueva lectura (o retomar alguna que hayamos dejado pendiente) y comprometernos a mejorar nuestros hábitos como lectores. Estoy seguro de que, al mejorar colectivamente nuestros hábitos de lectura e imprimir en las siguientes generaciones un genuino amor por la razón y el conocimiento a través de los libros, generaremos más oportunidades para crecer como sociedad. ¡Nos vemos la próxima semana!

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