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PDF | 6591 | Hace 3 años | 17 julio, 2020
Francisco Javier Avelar González
No hay manera de lograr justicia si para acceder a ella debemos renunciar a la libertad. Tampoco hay forma de llegar a la razón, al conocimiento o a la mínima aspiración de entender la realidad si, en el camino, decidimos que sólo las voces alineadas con una causa o una preconcepción del mundo deben ser tomadas en cuenta. Los absolutismos, las dictaduras del pensamiento y de la expresión verbal -vengan de donde vengan- jamás han logrado en la historia mejores sociedades.
En parte provocado por el hartazgo social ante la falta de resultados expeditos, radicales y contundentes en temas como el sexismo, el racismo y las diversas y ominosas desigualdades que son comunes en el mundo contemporáneo, muchas personas otrora partidarias de un entorno de pluralidad y justicia para todos(as), acabaron perdiendo la paciencia, pero con ella también el norte de sus objetivos.
Tal vez sintieron una afrenta en la natural lentitud que implica modificar estructuras sociales y patrones actitudinales en toda la población; pero la interpretación errónea llegó a tal grado que incluso imaginaron una confabulación y un enemigo en las y los artistas, académicos y figuras públicas que estuvieran comprometidas con la defensa de los argumentos válidos, la razón, la ciencia, la pluralidad y libertad expresiva de las artes y la sana discusión de las ideas, antes que con la aceptación absoluta o a ciegas de proclamas e interpretaciones maniqueas etiquetadas como progresistas (aunque no lo fueran).
Habitantes del mundo virtual por antonomasia, estos(as) activistas pasaron a segundo plano las crudas y complejas realidades en las que habría que enfocar cualquier acción o lucha contra las violencias y la desigualdad. Lo importante ahora, lo que había que combatir urgentemente eran películas, libros y disquisiciones en redes que se sintieran o pudiesen ser interpretadas como ofensivas (sin que lo fueran); también la proveniencia étnica de los actores que daban voz a dibujos animados (no es broma) y, finalmente, cualquier artículo, investigación y conferencia académica que de alguna u otra forma pudiera contravenir, cuestionar o matizar las concepciones o los discursos provenientes de algunas ideologías. Sin apenas darse cuenta, en los hechos el enemigo a vencer ya no era tanto la desigualdad y la violencia en sí mismas, en sus manifestaciones y en sus estructuras; sino el disenso de buena fe: la necesaria discrepancia de las ciencias, las artes y las sociedades sanas (ojo aquí: he dicho el disenso de buena fe; no las etiquetas y las ofensas burdas e intolerantes).
En esa tergiversación y desesperación -y sin que las estructuras cambiaran en su fondo; sin que realmente se arreglaran por completo desde sus entrañas los aparatos y procesos educativos, empresariales y gubernamentales para lograr una pluralidad pensante y respetuosa de las diferencias- emergió la “cultura de la cancelación”; movimiento que ha cobrado fuerza sobre todo entre algunos representantes de clases medias -profesionistas, académicos y artistas- con gran capacidad para influir en la opinión pública.
Para quienes aún no estén familiarizados con el tema, de acuerdo con diversos diccionarios digitales “cultura de la cancelación” es el término que designa a una tendencia colectiva, consistente en el retiro de cualquier clase de apoyo (moral, amistoso, financiero y social) a personas -o sus obras- cuyas opiniones e ideas puedan ser interpretadas como ofensivas aunque no lo sean, o que incluso puedan sentirse como poco comprometidas con las causas y las aseveraciones de agendas ideológicas determinadas. La cultura de la cancelación es hija de la intolerancia, hermana de otros mecanismos de coerción inquisitoriales y enemiga natural de la pluralidad, el derecho a la divergencia y la sana discusión de las ideas.
Como en aquellas terribles épocas en que causaba temor disentir con las opiniones y doctrinas hegemónicas, hoy muchas buenas personas viven con temor a ser agredidas (linchadas virtualmente y “canceladas”). Personas de intenciones nobles, con la aspiración a construir un mundo más justo y que, por esa misma aspiración, rechazan dogmatismos, maniqueísmos, exageraciones y adoctrinamientos ideológicos. Ellas y ellos comienzan a ver con sorpresa el fortalecimiento de esta subcultura de la cancelación, cuyos logros casi se reducen al boicot de obras artísticas o al escarnio público y el castigo social contra gente que cometió el crimen de mostrar desacuerdos lingüísticos, argumentativos, filosóficos o científicos con los(as) nuevos(as) vigilantes de la corrección política (no se confundan aquí quienes, amparados en el derecho a disentir, han usado sus redes para ofender directamente a personas y grupos; hacer eso está lejos de generar una discusión dentro del ámbito de la tolerancia, el respeto y la pluralidad).
Por fortuna y a pesar del miedo, comienzan a surgir voces que apuntan los peligros de esto que han identificado también como “neopuritanismo”. El texto más importante y reciente al respecto es la carta publicada en la revista Harpers hace unos días, donde 150 intelectuales y artistas de gran calado (muchos de ellos activistas y verdaderos progresistas) expresaron su preocupación por esta terrible tendencia que le está costando el trabajo, el prestigio y la libertad de expresión a no pocos buenos, respetuosos y esforzados seres humanos. En una inédita petición en el contexto de las democracias occidentales, los firmantes solicitaron a grupos radicalizados que en teoría luchan por la tolerancia, la justica y la pluralidad, que les permitan debatir, expresarse e incluso equivocarse sin temor a represalias…
Mientras tanto aquí, donde las modas e ideas estadounidenses se tardan un poco más en llegar, tenemos todavía la oportunidad de escarmentar en cabeza ajena. Cualquier cambio social positivo y cualquier lucha por la justicia tiene que darse desde el pleno respeto a la libertad y la pluralidad del pensamiento, así como desde la libertad de expresión, siempre que ésta se conduzca en apego a la verdad y el respeto hacia las y los demás. De otra forma, el resultado último de los esfuerzos será la perpetuación de la violencia y la injusticia; pero con otros protagonistas. ¡Nos vemos la próxima semana!