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PDF | 499 | Hace 2 años | 14 abril, 2023
Dra. en Admón. Sandra Yesenia Pinzón Castro
Hace unos días reinauguramos el Museo Nacional de la Muerte. En el evento de reapertura tuve la oportunidad de dirigir unas palabras, que también redacté pensando en compartirlas con ustedes a través de este espacio. Por ello, hoy transcribo aquel mensaje, esperando que lo disfruten:
Desde que tenemos conciencia, es decir, desde que los seres humanos recibimos o generamos la facultad de reconocernos y diferenciarnos del resto de las especies, adquirimos también -con miedo y fascinación- el conocimiento de nuestra finitud.
Quizás esta revelación fue uno de los principales cimientos para adentrarnos por primera vez en la indagación personal sobre otros temas de importancia vital para nosotros: el tiempo, la trascendencia o legado de nuestras acciones, nuestra relación con los demás, la maternidad y paternidad, el desarrollo de la espiritualidad e incluso durísimos cuestionamientos sobre el sentido de la vida y la sensación de orfandad tan característica de nuestra especie…
Así, la muerte ha sido una fuerte motivación para emprender proyectos de generación de conocimiento, tanto individuales y colectivos; también ha sido un tema tabú y místico en innumerables ocasiones (de ahí muchos de los ritos que hay en torno a ella) y, finalmente, ha sido una maestra implacable, que sin embargo solemos olvidar o ignorar cuando deberíamos de ponerle más atención: cada día, en la defunción de personas cercanas o de las que nos enteramos por los medios, la muerte nos brinda razones para permanecer humildes: nos iguala a todos, nos hermana a todos y nos somete a los mismos procesos de desintegración corporal y reintegración de la materia en otras formas, para dar energía y oportunidad a otras vidas.
Ante la muerte nadie es más ni menos, y todos, tarde o temprano, la enfrentamos desde nuestra soledad y vulnerabilidad más íntima, donde ya no importan los bienes acumulados ni el poder, el estatus social o cualquier otra jerarquía. Visto desde esa perspectiva única que nos ofrece, ¿cómo no sentir el tema como un imán y, cómo, sobre todo, no generar imágenes alusivas a su alrededor?
Quiero hacer énfasis en que su enseñanza de hermandad e igualdad también proviene de que nos muestra el equilibrio de la naturaleza: tanto desde la filosofía y las religiones, como desde la ciencia y el mundo empresarial, el estado postrero nos ha enseñado sobre los ciclos: la siega de un cultivo de maíz no significa su final, sino su transformación en vida, gracias a los nutrientes que da a cada persona y animal que consumen su grano; lo mismo podemos decir cuando hablamos del sacrificio de diversas especies de ganadería e incluso de nosotros mismos, que al cerrar los ojos por última vez comenzamos un nuevo ciclo desde donde nutrimos la tierra, que a su vez habrá de generar alimentos para otros seres vivos. Gran y hermosa maestra es la muerte y por ello debe de ser que en México la vemos con alegría y festividad; porque si bien representa un final, también, en muchos sentidos, representa nuevos inicios, nuevas vidas…
Fascinado por esta entidad y nuestra manera de interpretarla, hace décadas el maestro Octavio Bajonero Gil se dedicó a reunir una gran cantidad de imágenes y objetos alusivos a la muerte, encontrados en diversos lugares del país y provenientes de épocas muy distintas. Este patrimonio artístico y cultural de la identidad mexicana encontró nuevo hogar en nuestras tierras a partir de 2007, gracias a la enorme generosidad del maestro Bajonero, que quiso que todas las personas pudieran disfrutar de su colección, al cederla a la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Así nació el Museo Nacional de la Muerte. Años después, el maestro Daniel Mercurio López Casillas cedió en comodato parte de su colección personal alusiva al mismo tema. Gracias a ello, este museo experimentó un importante crecimiento para el disfrute de todos los visitantes que llegan tanto de diversas entidades del país como del extranjero.
Cuando inició la pandemia por COVID tuvieron que cerrarse las puertas al público general, y después iniciamos una remodelación y aplicamos cambios importantes en la curaduría de las salas de exposición. El cierre al público se prolongó un poco, pero afortunadamente, con mucha emoción y orgullo, hemos reabierto nuestras puertas, con un museo renovado y que ha integrado visiones sobre la muerte provenientes de otras latitudes.
Al reabrir este espacio, queremos invitar a todas las personas a que nos visiten y se sumerjan un poco en el fascinante mundo de una tradición tan entrañable no solo para la cultura mexicana, sino para las comunidades y civilizaciones de prácticamente todo el mundo. A través del disfrute estético, del aprendizaje histórico y de, finalmente, saborear en estas piezas un poco de nuestra mexicanidad (y de las influencias recibidas de otras culturas), tenemos la oportunidad también de pensar en nuestra propia vida -a través de la muerte- en los ciclos, en nuestra condición de iguales y en la importancia vital -verdaderamente vital- de disfrutar cada momento que nos ha tocado estar en este mundo. Vivamos entonces cada día con pasión, hermandad y humanismo. ¡Y visiten el Museo Nacional de la Muerte! Nos vemos por aquí en la siguiente entrega.