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PDF | 703 | Hace 3 años | 17 abril, 2020
Francisco Javier Avelar González
La semana anterior hablamos sobre la “polarización severa” o perniciosa; fenómeno que se está replicando actualmente en diversas naciones y que ha provocado o insuflado profundas fracturas sociales de manera masiva. De acuerdo con los autores del libro “Democracies divided”, editado por Thomas Carothers y Andrew O’donohue, la polarización severa tiene tres características esenciales: 1. Es masiva y visible en todos los estratos sociales. Además, a pesar de tener como su motor temático una cuestión adscriptiva (religión, pertenencia geográfica o cultural) o prescriptiva (ideologías, filias políticas), tiene un fuerte componente emocional, de tal forma que es capaz de provocar rupturas en relaciones afectivas e intrafamiliares; 2. Debe estructurarse alrededor de una división binaria, para facilitar el reduccionismo y el maniqueísmo: al final acaba por decirse que se trata de nosotros(as) contra ellos(as); 3. Debe sostenerse en el tiempo, incluso cuando los líderes, ideólogos o detonadores iniciales de la polarización desaparezcan de la escena pública.
Hoy deseo cerrar esta columna de doble entrega mencionando someramente los peligros y consecuencias, tanto políticas como sociales, del problema en cuestión. Antes de ello, me gustaría destacar una característica particular que presenta dicho fenómeno en nuestro siglo: en comparación con las radicalizaciones y polarizaciones de otras épocas, las de ahora se distinguen también por el aprovechamiento de las novedosas comunicaciones digitales, las cuales están jugando un papel medular en todo esto. Hasta ahora -y tratándose específicamente del tema aquí abordado- las redes sociales están resultando ser mucho más nocivas que benéficas, por la enorme difusión de notas falsas, de simplificaciones hasta el absurdo de complejos problemas sociales y por el tratamiento mercadotécnico y panfletario que se da a contenidos “informativos” (pensemos, por ejemplo, en el caso de las páginas y cuentas pagadas que, con el pretexto de hacer divulgación de las ideas y temas del momento, a través de pequeñas historias visuales y explicaciones tipo comic, generan ridiculizaciones, estereotipos y etiquetas contra personas, grupos e ideas con los que no coinciden)…
El peligro que corren las naciones democráticas cuando son presas de una polarización política a gran escala, se deriva de que los involucrados en su promoción recurren de manera constante a métodos confrontativos y a la demonización de quienes identifican como sus oponentes. Esto paulatinamente va cerrando las opciones de un multipartidismo fáctico, para terminar empobreciendo la oferta de propuestas y soluciones a solo dos posibilidades (sucede algo análogo cuando la polarización se deriva de choques ideológicos).
El reduccionismo y la carencia de una visión plural tiende -dicen los autores- a la centralización fáctica del poder y al intento de control interinstitucional: se buscan lealtades partidistas absolutas, que lastiman la independencia de los institutos autónomos o de poderes como el judicial. De igual forma, se empobrece el quehacer legislativo. Al respecto, Carothers y O’donohue señalan que “en la mayoría de las democracias, las legislaturas están diseñadas para ser dirigidas por un partido gobernante o una coalición. Cuando la polarización se profundiza, se convierten en instituciones de sellado automático [“rubberstamp institutions”] que no se involucran en deliberaciones significativas, sino que revisan y aprueban leyes de acuerdo con estrictas líneas partidistas” (la traducción es mía).
Un importante efecto sociopolítico de todo esto es que amplios sectores de la sociedad comienzan a sentir que el gobierno en turno no los gobierna ni representa, sino que sólo responde a sus seguidores. Además de lo ya mencionado, la polarización perniciosa disminuye la confianza social en las instituciones (en su pluralidad e imparcialidad, al menos), reduce la civilidad, la cohesión y la solidaridad y, a la vez, aumenta la ira, la violencia y la discriminación en escala masiva.
Con tales consecuencias, se antoja imposible lograr la pacificación de un país, su desarrollo socioeconómico, o la reducción de sus índices de desigualdad y violencia en general. Como expresé la semana anterior, la polarización severa es un fenómeno que está ocurriendo simultáneamente en diversas naciones de África, América, Asia y Europa. Una ojeada atenta a los medios informativos que solemos consultar, o a nuestras redes sociales, quizás nos haga caer en cuenta de que -en más de un tema- la sociedad mexicana también se está partiendo en bloques reduccionistas, maniqueos e irreconciliables, que incluso pueden estar provocando injusticias graves, además de la disolución de relaciones afectivas y laborales, así como daños a la salud física y emocional de miles de personas.
Como en otras ocasiones, cierro esta columna semanal invitándolos a generar una reflexión profunda, autocrítica y humanista sobre las maneras en que expresamos nuestras ideas y difundimos nuestro pensamiento en los espacios públicos y privados. Sin duda, nuestras manifestaciones provocan reacciones y cambios -a menor o mayor escala, pero los provocan-. Por ello, debemos tener cuidado de que nuestro discurso no lleve consigo información falsa o reduccionismos binarios, ni mucho menos semillas de odio contra quienes tienen otra manera de pensar y disienten con nosotros. Tampoco caigamos en la cómoda evasión del diálogo argumentativo, sustituyéndolo con la proclama de etiquetas peyorativas y el fortalecimiento de estereotipos que ridiculicen a nuestros adversarios (reales o imaginarios).
Si queremos mejorar las condiciones de nuestro entorno, hagámoslo buscando la unión y la concordia. Se trata de un asunto de ética y congruencia.
¡Nos vemos la próxima semana!