Universidad Autónoma de Aguascalientes

“LOS MEJORES LIBROS DEL AÑO”

PDF | 474 | Hace 1 año | 17 diciembre, 2021

Francisco Javier Avelar González

Hacer listas y jerarquizar parecen ser dos de las costumbres y quizás necesidades colectivas -ligadas al proceso natural de categorización- que están presentes en todas las culturas, desde tiempos inmemoriales. Esto es visible incluso en antiguos libros fundamentales -por razones distintas- como la Biblia y la Ilíada. De este último, recordemos su segundo canto: ahí se suspende por un largo momento la narración del conflicto entre aqueos y troyanos, para dar cuenta de los 29 contingentes y las 1186 naves que anegaban las costas de la mítica ciudad sitiada; tampoco falta en este gran poema épico la mención de cada uno de los héroes y caudillos que acompañaban a Agamenón y Menelao, en su empresa por recuperar a Helena (la esposa de Menelao, raptada por Paris, príncipe de Troya)…

Así como en aquella y en muchas otras obras, nuestras sociedades no pierden oportunidad para la generación de conteos y listados: ya se trate de campeones o records deportivos y artísticos, de sucesiones políticas y de logros institucionales, o ya de amistades o amoríos. Cada uno hace la relación de cuentas que necesita para establecer su posición y sus nexos con los demás, o para saber cómo están configurados los espacios que le son ajenos.

Por supuesto, hay ocasiones más propicias u orgánicas que otras para generar listas y clasificaciones. En este sentido, una época particularmente prolija es aquella en la que se perfila el cierre de un ciclo y el inicio del siguiente. En este entretiempo que sucede durante diciembre y enero, basta prender la televisión, abrir un periódico o entrar a internet para encontrarse recuentos de los sucesos más memorables del año, listados de los goles más espectaculares de la temporada o rankings de los mejores libros publicados en el año.

De entre los mencionados, el último -es decir, el de “los mejores libros”- podría ser uno de los listados más curiosos y engañosos, pero también más esperados y bien recibidos entre algunas comunidades, tanto de escritores como de lectores. Puede explicarse la expectativa de quienes escriben por la natural vanidad de querer ver su nombre publicado en tales circunstancias (o la secreta y no menor satisfacción de ver que no apareció el título de la obra de algún adversario), y puede explicarse también el buen recibimiento de los lectores porque dichas listas sirven lo mismo para confirmar que hicieron una buena selección de lecturas, que para hacerse de un puñado de recomendaciones.

Aquello de la inexactitud tampoco es difícil de explicar, pero vale la pena detenerse un poco más en ello. Pensemos en lo siguiente: sólo en 2021 se publicaron más de dos millones y medio de libros -es decir, de títulos- nuevos. Esto sin contar las innumerables ediciones independientes que no solicitaron ISBN (o International Standard Book Number). Ni siquiera un lector a quien le pagaran por leer todas las obras que le fuera posible en 365 días alcanzaría a revisar con la atención y el juicio necesario una milésima parte de las novedades del año. Si el listado sólo considerara las obras escritas en español, para efectos prácticos el problema no cambiaría en absoluto. Incluso si redujéramos la lista a obras específicamente de corte literario y periodístico (ensayo, narrativa, crónica, poesía y dramaturgia) la cantidad de páginas por leer seguiría sobrepasando las capacidades del lector más apto y entusiasta. Para poner las cosas más complicadas, lo cierto es que las personas que hacen este tipo de listas no pueden dedicar todo el año a su armado: muy al contrario, tienen que cumplir con diversos compromisos académicos, laborales y/o artísticos, además de intentar ponerse al corriente con las lecturas de años anteriores que han tenido que ir posponiendo.

Siendo así las cosas, se tienen elementos sólidos para pensar que los rankings de los mejores libros del año no son precisamente lo que prometen, y que su manufactura puede obedecer a intereses personales, afectivos, ideológicos, políticos o comerciales… Eso no es necesariamente negativo (ni tampoco positivo), siempre que quien realice la lista haga explícito que se trata de las obras que más le gustaron o que coincidieron con el género y las ideas de su preferencia, de entre el ínfimo puñado de novedades que tuvo oportunidad de revisar (o que le obsequiaron).

Tal vez parezca una minucia, pero no lo es: encumbrar a diez o veinte libros mientras se invisibiliza a millares -entre los que suele haber algunos mejores que los mencionados en los rankings- constituye un acto perjudicial tanto para las obras de excelencia que no fueron incluidas, a las que se les cierran oportunidades de difusión y, en muchos casos, se les condena al olvido; como para los lectores, a quienes de alguna manera se les ocultan significativas posibilidades de conocimiento y placer estético; y para la literatura misma que, sobre todo en nuestros tiempos, se ve impelida a adaptar su calidad y sus temas, de acuerdo a criterios comerciales e ideológicos. Con respecto a esto último, lo que ocurre es una reducción significativa de temas y tratamientos discursivos, que tarde o temprano se traduce en la pauperización de posibilidades argumentativas y valores estéticos. A su vez, este empobrecimiento disminuye las posibilidades del desarrollo de un pensamiento profundo y verdaderamente plural entre los lectores…

Dicho todo lo anterior y en el entendido de que -como se expresó al inicio de este texto- está en nuestra naturaleza la generación de listados y jerarquías (o de listas jerarquizadas), a los lectores no nos resta más que tomar con cautela los rankings que editoriales y editorialistas nos propongan este fin de año, y no cerrarnos a la búsqueda de otras opciones; alternativas que contrasten o complementen las posibilidades que las voces hegemónicas nos señalan como prioritarias.

¡Nos vemos la próxima semana!

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