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PDF | 729 | Hace 3 años | 26 febrero, 2021
Francisco Javier Avelar González
Desde hace unas semanas, ha estado aumentando la presión de la sociedad por volver a realizar todas sus actividades de manera cotidiana, intentando emular la época en que el virus SARS-CoV2 aún no infectaba a los seres humanos. Si bien es cierto que actualmente el número de contagios diarios ha logrado una considerable disminución con respecto a los registrados durante las jornadas del mes de enero (cuando se llegaron a contabilizar más de 800 mil nuevos casos mundiales en un solo día), estamos aún lejos de tener el control situacional que necesitamos para poder pensar en que ya ha pasado el peligro.
A pesar del hartazgo y la comprensible normalización del estado de emergencia (sería insoportable para nuestro organismo vivir en una permanente sensación de angustia y aprehensión), debemos ser conscientes de que, hasta ahora, los contagios y las muertes diarias por coronavirus son superiores a las que se contabilizaban en el primer semestre de 2020, cuando se establecieron las duras, pero ineludibles medidas de confinamiento y control de afluencia en espacios como parques, restaurantes, fábricas, escuelas, oficinas y centros comerciales. En el caso de México, durante junio y julio del año anterior el flujo de contagios oscilaba oficialmente entre los tres y los seis mil por día (dos o tres jornadas superaron los 7,500 nuevos enfermos); mientras que en febrero de este año el indicador ha estado constantemente arriba de los 8,500 casos (y tres o cuatro días ha superado los 12 mil).
Si bien las gráficas muestran con claridad que las curvas de nuevos contagios y defunciones han iniciado su descenso, hay que considerar que esto se ha logrado en gran medida por los controles de aglomeración y contacto físico que se reforzaron durante enero de este año. Relajar tales controles, desobedecerlos o anularlos por completo ocasionará que se vuelvan a disparar los contagios, con todos los problemas derivados -y las tragedias familiares- que ello implica…
Hace un año, escuchar un reporte oficial de más de mil muertes por coronavirus, en un solo día, nos hubiera causado el asombro y temor suficientes para aceptar que, por más frustrante que fuera, resultaba realmente importante extremar precauciones sanitarias y evitar en lo posible la concurrencia de personas en espacios de alta cercanía o contacto. Hoy, la costumbre de escuchar diariamente graves noticias y estadísticas con respecto a la COVID-19, nos ha “vacunado de espantos” y nos acerca a tomar decisiones que pueden no ser las más adecuadas en este momento. Ante la capa de indiferencia (y de cansancio o hartazgo) que se ha ido engrosando paulatinamente entre nosotros, debemos presentar resistencia, a través de la revisión comparativa de los datos que tenemos a nuestra disposición.
Los reportes oficiales nos permiten afirmar, con toda certeza y objetividad, que no es momento aún de volver de lleno a las actividades presenciales ni a las grandes o pequeñas aglomeraciones. Barajar esa posibilidad en este momento puede ser contraproducente para el ánimo y/o para la salud de todos (tanto si no se logra concretar el regreso a las actividades presenciales cotidianas, como si se fuerza su concreción).
En el ánimo de disminuir la desesperación y el cansancio que sentimos al vivir en condiciones tan atípicas y desgastantes, nos vendría bien recordar que cada día el mundo da un pequeño paso que nos acerca a la salida de la crisis sanitaria: nunca en la historia habíamos logrado con tanta velocidad el descubrimiento y la producción ya no de una, sino de varias vacunas de eficacia aceptable contra una enfermedad específica; nunca habíamos iniciado, con la celeridad que lo estamos haciendo, una campaña de inmunización a nivel mundial…
Aunque es cierto que hay errores de omisión o de desorganización que deben ser corregidos en aras de no poner más vidas en riesgo debido a errores humanos, también es verdad que nuestra respuesta y control de daños -a nivel internacional- es algo que debe motivarnos para seguir adelante y aguantar un poco más en estado de alta precaución.
Para dar soporte a la afirmación anterior, consideremos el porcentaje global de contagiados (1.44%) y fallecidos (.032%) por COVID-19 hasta el día de ayer, con relación al número total de habitantes en el mundo (7,848,500,000). Luego comparemos estos datos con los de otras pandemias. Por ejemplo, hace poco más de 100 años, cuando ocurrió la denominada “Gripe Española”, falleció entre el 2.5 y el 5% de la población mundial (de aproximadamente 1,900 millones de habitantes). Como puede apreciarse, la densidad demográfica actual es muy superior a la de hace cien años, y algo similar podemos decir con respecto a la velocidad de los medios de transporte y las posibilidades de interconexión entre países. Aun así, esta pandemia ha causado menos decesos (tanto en términos netos como en porcentuales) que la ocurrida hace un siglo.
La comparativa nos permite ver que, a pesar de las enormes ventajas que tiene el coronavirus para dispersarse y multiplicarse, ha estado lejos de desarrollar todo su potencial. Esto tendría que concientizarnos sobre la efectividad de las medidas restrictivas, y debería también permitirnos colocar nuestras esperanzas en el arduo trabajo que se está haciendo desde el sector salud y la investigación, para producir y distribuir fármacos que terminen con la crisis que hoy nos tiene en vilo.
En la inteligencia de los datos y noticias que tenemos a nuestro alcance, podemos afirmar que cada día damos un nuevo paso hacia la salida del túnel. Pero aún debemos ser pacientes y esperar sin bajar la guardia. No tiremos por la borda y convirtamos en intrascendente el enorme sacrificio realizado hasta ahora. Aunque a muchos no les parezca así, estamos evitando que la actual tragedia sea de mucho mayores dimensiones. Continuemos en este tenor y lograremos finalmente controlar la pandemia…
En lo que respecta a la UAA, reiteramos nuestro compromiso con la seguridad y la salud, tanto de la comunidad universitaria como de la sociedad en general; por ello, hemos diseñado y aplicado estrategias de adaptación en todas nuestras labores académicas y administrativas, de tal manera que se reduzca al mínimo el riesgo de contagio por actividades relacionadas con nuestra institución.
Para cerrar mi comentario de esta semana, quisiera reiterar una exhortación a que no tomemos decisiones precipitadas o mal informadas en torno a la cancelación del confinamiento o las estrategias de trabajo semipresencial (con alternación de turnos o guardias) y a distancia. ¡Nos vemos la próxima semana!