Universidad Autónoma de Aguascalientes

Nuestra responsabilidad en la tarea de construir sociedades pacíficas y cooperativas

PDF | 528 | Hace 2 años | 25 marzo, 2022

Francisco Javier Avelar González

Decíamos hace una semana que vivimos en un periodo de alta galvanización y violencia social. En este contexto, se nos ha hecho natural ver que muchas personas expresan en público y sin ningún rubor su odio hacia otros y exhiben niveles de violencia verbal preocupantes. Seguramente hemos escuchado o percibido que sitios como Twitter o Facebook se han convertido por momentos en una suerte de sanitarios públicos o de reality shows de muy mal gusto, donde los usuarios se sienten en la confianza de verter inmundicias y mostrar la peor versión de sí mismos. Sin importar el nivel socioeconómico o los años de formación académica que se posean, es probable que, en ocasiones, algunos de nosotros hayamos caído en dinámicas nocivas semejantes al participar con saña en debates u ofender a los demás en las redes virtuales.

Quizás, lo más grave de todo es que esta enfermedad social que actualmente padecemos -manifestada en múltiples expresiones de violencia- ha sido reinterpretada por muchos como algo normal y -en ocasiones- hasta positivo. Por ejemplo, se confunde el odio con la justicia; los ataques personales con la argumentación; las agresiones con las muestras de valor; la polarización sistemática con el disenso civilizado. En este sentido, si quisiéramos profundizar en la metáfora de la enfermedad, tendríamos que decir que esta es una de tipo cancerígena o autoinmunitaria (según se quiera ver): al percibir como manifestación de valores actos que en realidad encarnan descomposición, promovemos la reiteración de dichos actos en franco deterioro de los verdaderos valores en los que se sostiene y nutre nuestro sistema social: el respeto, la solidaridad, el diálogo, la racionalidad, el agradecimiento, el humanismo, la empatía real hacia los demás (con independencia de su género, procedencia o ideas), etcétera.

Si nos propusiéramos hacer una red semántica con los valores recién mencionados como ejemplos de los pilares que construyen nuestro sistema social, nos daríamos cuenta de que hay muchos puntos de contacto entre ellos y que todos podrían conceptualizarse como partes estrictamente necesarias para sostener el gran puente de la cooperación humana.

Démonos cuenta de que no hay forma de contar con un estado de derecho saludable, ni de alcanzar la paz y la concordia o acercarnos a contar con condiciones de vida digna para todos, si no es a través de la cooperación interpersonal e interinstitucional. No es algo que corresponda hacer con exclusividad a las derechas o a las izquierdas, a las mujeres o a los hombres, a los gobiernos o a la iniciativa privada, a los jóvenes o a los adultos… es una obligación que debe partir necesariamente de cada uno de nosotros.

Tal vez el problema es que no hemos entendido lo anterior. Cada persona o cada grupo “jala para su propio lado”, creyendo que tiene derecho a mostrar lo peor de sí en público, a agredir abiertamente a los demás o a condicionar su apoyo para brindarlo solo a quien coincida con sus ideas e intereses. ¿Y actuar desde estas últimas creencias no es lo que, en gran medida, nos ha llevado a la incomprensión y defenestración cruzada que campea en el mundo contemporáneo? Decimos que queremos paz, concordia e integración y que creemos en el respeto; pero nos dedicamos a minar las posibilidades de acercamiento entre nosotros o a cimentar nuestros supuestos puentes cooperativos con granadas de mano. ¿Cómo vamos a encontrarnos entre nosotros de esa forma? ¿Cómo vamos a ver cumplido nuestro sueño de una sociedad más empática y humana si diariamente usamos nuestros medios disponibles para dividir e imposibilitar el diálogo respetuoso y constructivo?

En este tenor, es necesario insistir en que la responsabilidad de generar mejores condiciones de convivencia, empatía y justicia es de cada uno de nosotros. Siempre podremos justificar el ejercicio de nuestras propias violencias y señalar con indignación las agresiones de otras personas, pero esa pueril renuncia a la responsabilidad personal no nos va a llevar a ningún lado, porque solo estamos perpetuando el círculo vicioso en que como sociedad hemos caído. Además de lo anterior, nutrir nuestras emociones negativas desde la manera en que nos conducimos en sociedad suele tener repercusiones en el propio organismo. Las afectaciones no sólo alcanzan al corazón o al estómago, sino que también pueden detonar enfermedades mentales.

Por supuesto que es difícil romper círculos viciosos, y el caso de la violencia y la polarización en nuestra sociedad no es una excepción; pero debemos hacer un esfuerzo para detener la inercia negativa y proponernos cultivar interacciones y relaciones más sanas, pacíficas, respetuosas y constructivas. Si cada uno de nosotros pone su granito de arena, podríamos disipar muchos de nuestros problemas y malestares en poco tiempo, porque desde el diálogo y los puntos en contacto que podamos tener (por ejemplo, estoy seguro de que a todos nos interesa tener una sociedad más justa) será posible concentrar nuestro tiempo y energías en la búsqueda o el diseño de mejores condiciones de vida comunitaria, en lugar de desperdiciarlo en peleas estériles o que, en el peor de los casos, cortan uno a uno los pocos cables que aún sostienen el puente de la cooperación social… Aunque sea costoso en un principio, vale la pena intentar un cambio en nuestras interacciones personales, tanto en la esfera pública como en la privada. Los beneficios de mejorar nuestra manera de conducirnos y nuestras relaciones pagarán con creces cualquier esfuerzo realizado. ¡Nos vemos la próxima semana!

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