Universidad Autónoma de Aguascalientes

Sectarismos

PDF | 843 | Hace 2 años | 15 octubre, 2021

Francisco Javier Avelar González

A finales de los años 50 y principios de los 60 del siglo pasado, surgió en la región vasca un movimiento separatista, que pronto sería conocido en todo el mundo como ETA (siglas de las palabras euskeras “Euskadi Ta Askatasuna”; es decir: “País Vasco y Libertad”). Ciertamente, su popularidad no se construyó gracias a la solvente oratoria de sus dirigentes y portavoces, sino a la violencia de sus formas: mientras estuvo activo, ETA se decantó por una estrategia de presión que sólo podríamos calificar de terrorista: asesinatos y atentados contra diversos objetivos políticos, policiales y civiles, así como secuestros y extorsiones a mansalva incluso (o, más bien, sobre todo) contra la propia gente a la que querían “independizar”: oriundos de la zona vasca en los límites entre España y Francia.

Cuentan los registros que, en la época más sangrienta de este movimiento, ocurrió una migración masiva de 160 mil vascos hacia otras zonas de España y el mundo. Huelga decir que ETA no sólo no logró la independencia o la mejoría en las condiciones sociales de los habitantes de Euzkadi, sino que rompió familias, amistades y empresas prósperas, así como la seguridad y la tranquilidad en aquella región de Europa. Este puñado de datos sirve como escaparate y ejemplo de lo desafortunados, peligrosos e incluso absurdos que pueden llegar a ser los sectarismos; es decir, cualquier “fanatismo e intransigencia en la defensa de una idea o una ideología”.

La palabra “sectarismo” se deriva del sustantivo: “secta”, que se refiere a cualquier doctrina ideológica que haya sido extraída o cortada de un conjunto más amplio. Aunque no se trata de una regla, la experiencia común nos dice que cuando un grupo tiende a seccionarse o sectorizarse de esa forma, lo hace por el endurecimiento o la exacerbación de sus posturas. La misma falta de flexibilidad suele llevar a los sectarios a ver el mundo -en lo referente al tema de su ideología- en blanco y negro. Por ello, comienzan a ubicar a todas las personas que no comparten sus valores e ideas como -dependiendo del caso- traidores, enemigos o seres descarriados a los que hay que convertir y adoctrinar, o eliminar… De la misma forma, considerarán a quienes sí comparten su causa como cófrades a los que se debe preferir y ayudar a toda costa y por encima de los demás.

Los sectarismos existen en temas de religión, género, política, “raza”, lengua, proveniencia étnica y hasta los hay al interior de disciplinas académicas y artísticas. Además, pueden darse de manera gradual y presentarse en personas que de ninguna manera podríamos juzgar como extremistas o peligrosas: a veces las personas pueden tener algunas ideas, actitudes o inclinaciones sectarias de manera inconsciente, aunque no lleguen a identificarse con opiniones radicales o endurecidas acerca de quienes no comparten su visión del mundo. Por ejemplo, hay quien cree que está obligado(a) a tener una complicidad, empatía y lealtad absoluta con sus congéneres o correligionarios por el simple hecho de ser sus congéneres o correligionarios, como si compartir género o ideas sobre un tema entrañara inexorablemente una cierta pérdida de voluntad, así como de capacidad para juzgar críticamente lo bueno y lo malo en cada individuo con quien se tiene cercanía. En el mismo tenor -pero un poco más grave- hay quienes sienten que esa complicidad y lealtad para con los suyos es inversamente proporcional a la desconfianza, falta de solidaridad y animadversión que deben sentir contra quienes no comparten su género o no se adhieren a las ideas de su grupo.

Desde esta particular forma de establecer lealtades y empatías, es relativamente fácil caer por una pendiente peligrosa hacia un fondo muy oscuro, consistente en interpretar que es un traidor quien, a pesar de compartir las ideas, religión, género, color o procedencia de uno, es humano, comprensivo y solidario con los del “bando contrario”. Desde tal forma de entender el mundo, se vuelve prácticamente imposible construir espacios de pluralidad e intercomprensión entre todas las personas, porque ¿cómo podría lograrse la pluralidad y la comprensión ahí donde sólo cabe una manera de pensar o donde incluso las características genéticas de cada individuo servirán para marcarlo de por vida, desde un hierro-quemador injusto y predeterminista?
Tal vez de forma natural todas las religiones e ideologías sociopolíticas tengan como una de sus inclinaciones instintivas la imposición de sus ideas y/o su defensa a como dé lugar. Después de todo, sus feligreses o cófrades pueden sentir que lo que está en juego es su misma sobrevivencia y fortalecimiento como colectivo, así como la construcción de un mundo coherente con sus deseos y pensamientos. Pero a pesar de que tal pulsión se encuentre en la naturaleza de cualquier ideología, sus integrantes deben observar que darle rienda suelta siempre acaba generando extremismos, violencia y debacle.

Los nacionalismos llevados al extremo han terminado en represión, violaciones a los derechos humanos y hasta genocidios; las posiciones religiosas empujadas a los límites de la cerrazón y el extremismo han acabado por convalidar la tortura, el asesinato o el terrorismo como métodos aceptables para lograr conversiones o la manutención de dogmas; por su parte, las posiciones radicalizadas de las ideologías contemporáneas también dan muestras de que, lejos de propiciar condiciones para tener un mundo más inclusivo y humano, generan injusticias y actitudes nocivas, análogas a las que desean combatir las posturas más centradas o pragmáticas de sus propios movimientos ideológicos.

Tenemos razones para desconfiar de cualquier actitud sectaria, y para advertir sobre el abismo al que se puede caer si se insiste en caminar hacia los extremos. Independientemente de los postulados que uno pueda sostener sobre el mundo o sobre las relaciones sociales, nos conviene entender que el pensamiento (auto)crítico, la solidaridad, la empatía racional -en lugar de aquella otra irracional y selectiva-, y la defensa de los derechos y la dignidad de todas las personas -sin importar su género, religión, color, gustos o procedencia- son condiciones necesarias para generar los escenarios de paz y bienestar que todos deseamos. Erradiquemos en nosotros todo pensamiento, palabra o acción sectaria y, en lugar de ello, obliguémonos a buscar el entendimiento con quienes no son o no piensan como uno. ¡Nos vemos la próxima semana!

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