Universidad Autónoma de Aguascalientes

Tragedia e ironía

PDF | 652 | Hace 2 años | 20 agosto, 2021

Francisco Javier Avelar González

Una característica notable en algunas narraciones trágicas (o revestidas de tragedia) es el marco irónico en el que ocurren los eventos más amargos. Conocemos la historia de Edipo: un hombre que huye de su tierra para escapar a su Destino, que era ser el asesino de su propio padre. En el camino tiene una disputa con unos desconocidos a quienes acaba matando; entre ellos estaba su verdadero padre, que se había desecho de Edipo cuando éste era pequeño, justo para huir del mismo fatal Destino que, para desgracia de ambos, se acabó cumpliendo. Conocemos también la carga de ironía perceptible en las muertes de Romeo y Julieta, en la obra homónima del Bardo de Avon.

Dando un salto hacia atrás, tampoco están exentas de ciertas formas de irónica crueldad las resoluciones divinas que encontramos en algunas narraciones de las Metamorfosis contadas por Ovidio. Sólo por mencionar una, recordemos la leyenda de Dafne, quien huyendo de Apolo -que la perseguía para desposarla por la fuerza- pidió ayuda al dios Ladón y a éste no se le ocurrió mejor cosa que convertirla en un árbol de laurel. Apolo hizo del laurel su planta predilecta, quedando desde entonces como un símbolo de la victoria. ¿Victoria de quién? La ironía se cifra ahí, porque viendo las cosas con calma, no hubo verdaderos ganadores en esa historia…

A veces hay temas cuya crudeza parece exigir, para hablar de ellos, alguna introducción atenuante. Éste es el caso el día de hoy. Hablar del marco irónico de narraciones que configuraron nuestras culturas, o de casos especialmente ejemplificativos como el de la historia de cómo el laurel se transformó en un cuestionable símbolo de la victoria, no son aquí otra cosa que la introducción amable para un más bien breve comentario sobre la terrible realidad que se está viviendo en Afganistán en estos momentos; situación en la que –al igual que en la leyenda grecolatina– no parece haber ganadores reales: Estados Unidos se retira sin haber logrado la paz ni la estabilidad ofrecida, quedando una vez más como un país de muy dudosas intenciones en temas de ayuda e intervención internacional; el gobierno afgano se ha disuelto de forma vertiginosa (incluso su presidente se ha esfumado) ante el temor de represalias de los talibanes; la población ha quedado a merced de fundamentalistas religiosos que ahora impondrán su ley a sangre y fuego y, dentro de la población, las mujeres se enfrentan al terror de ser tratadas como una suerte de esclavas sin derechos y a disposición de los varones… los talibanes, ellos “ganan” a su Dafne: un simbólico laurel para coronarse la cabeza.

El bordado fino que lastimosamente enmarca esta historia se cifra en la siguiente ironía: ayer fue el “Día Mundial de la Asistencia Humanitaria”, mañana se celebra el “Día Internacional de Conmemoración y Homenaje a las Víctimas del Terrorismo” y el domingo toca el turno al “Día de Conmemoración de las Víctimas de los Actos de Violencia Basados en la Religión o las Creencias” (las tres efemérides propuestas y validadas en la Organización de las Naciones Unidas)… Sabe amarga y cruel la palabra “conmemoración” en esos enunciados, cuando sabemos que sigue creciendo el número de personas que son privadas de sus derechos, que son torturadas o que son asesinadas por actos basados en la religión o en -mucho ojo- las creencias (que pueden ser políticas o ideológicas de cualquier tipo y que no ocurren exclusivamente en regímenes totalitarios orientales).

Si ya es semánticamente inconsecuente hablar de la memoria o la conmemoración de algo que sigue ocurriendo, resulta además vergonzoso que ese algo aún vigente sea el sufrimiento de personas víctimas de violencia. Hoy, mientras se nos propone internacionalmente la terna de efemérides citadas (dos de ellas conmemorativas), nos descubrimos a la par como espectadores de escenas de desesperación y gritos de auxilio de una nación entera, que ha sido abandonada a la imposición de un esquema de vida retrógrado y contrario a los derechos humanos. Es cierto: a nosotros no nos es posible hacer prácticamente nada al respecto, ni como ciudadanos, ni como país. Por ello nos queda la sensación de desasosiego y el muy amargo sabor de la ironía con que se entrecruzan, en nuestros medios informativos, las notas sobre la imposición del régimen talibán en territorio afgano y la celebración de fechas internacionales como el “Día de Conmemoración de las Víctimas de los Actos de Violencia Basados en la Religión o las Creencias”.

Imposibilitados para intervenir y, en este caso, orillados a ver a través de una pantalla aberraciones sistemáticas contra la dignidad que suceden al otro lado del mundo, tal vez sólo nos queda tomar la triste situación que se da allá como contraste de lo que hemos alcanzado acá, mediante la organización democrática y la consolidación de los derechos humanos. En algunas ocasiones, tal vez por falta de referentes o por habernos encerrado en narrativas sesgadas, sectarias y maniqueas, caemos en la satanización de las condiciones de vida que tenemos y convertimos en terribles y feroces gigantes a inmóviles molinos de viento. Es cierto que individual y comunitariamente tenemos bastante camino para mejorar; pero también lo es que el trazo que han seguido nuestras instituciones es positivo y que como sociedad hemos crecido mucho. Salvo para contados y lamentables casos -como por ejemplo el de nuestras comunidades indígenas- se ha avanzado muy notablemente en materia de derechos, de equidad y de educación.

No dejemos entonces de observar y modificar lo que necesite ser modificado, pero abandonemos posicionamientos radicales y absurdas generalizaciones… En el terrible contraste que nos da la situación que hoy se vive en Afganistán, entendamos que en donde vivimos la sociedad como conjunto está actuando de buena voluntad. Finalmente, más que conmemorar a las víctimas de violencias religiosas, políticas e ideológicas, pidamos que acaben esos tipos de violencia, para que ninguna persona -en Oriente u Occidente- sea agredida o forzada a vivir en situaciones poco dignas o francamente aberrantes… ¡Nos vemos la próxima semana!

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