Universidad Autónoma de Aguascalientes

Un apunte con respecto a los problemas de alimentación en el mundo

PDF | 830 | Hace 3 años | 5 marzo, 2021

Francisco Javier Avelar González

Desde que comenzó a esparcirse, la Covid-19 ha cobrado la vida de dos millones y medio de personas en el orbe. La cifra basta para afirmar con certeza que estamos frente a la mayor crisis sanitaria de nuestra generación y a una pandemia comparable con otras de gran calado, como la gripe Española de hace un siglo. En el mismo periodo, han muerto por falta de alimentación más de diez millones de personas; sin embargo, no parece haber alarmas ni esfuerzos internacionales en este tema, equiparables a los realizados para detener el coronavirus.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), al día de hoy más de 850 millones de personas sufren de desnutrición. En el mismo tenor, datos de la Organización Mundial de la Salud, la UNICEF y del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, muestran que estamos cerca de alcanzar los dos millones de muertes por inanición tan solo en el primer trimestre de 2021. En el otro extremo, se tiene registradas a más de mil 706 millones de personas con sobrepeso en el mundo, de las cuales 777 millones sufren de obesidad. Solo en Estados Unidos y solo en lo que va del año, se han destinado 11 mil 500 millones de dólares en programas para bajar de peso.

Casi 12 mil millones de dólares gastados en tratamientos por sobrealimentación, en un solo país, en menos de 70 días, mientras en el orbe dos millones de personas murieron de hambre y 850 millones más tienen comprometida su salud por falta de alimentos… Cuesta trabajo hacer un comentario editorial a partir de estos datos, cuando por sí mismos hablan de un desequilibrio. Y también cuesta trabajo porque estas cifras permiten intuir lo relativamente sencillo que podría ser erradicar el hambre en el mundo, en términos de redistribución económica y de responsabilidad social.

Frecuentemente ponemos el dedo en la llaga de los desorbitantes recursos acumulados (sin ningún sentido en realidad, más allá de la mera acumulación y el sentimiento de poder) por unos cuantos milmillonarios, mientras cientos de millones de personas viven al día. Pero datos como los que nos presentan organizaciones internacionales, acerca de la sobrealimentación y la desnutrición, nos permiten ver que las brechas de desigualdad son validadas y construidas en buena medida por la misma sociedad y sus estructuras institucionales, que no están repartiendo de manera adecuada los recursos para la solución de problemas sociales de enorme gravedad y urgencia, como los relacionados con la falta de alimentación.
Destinar apenas una fracción de lo usado en tratamientos por sobrepeso, para atender la hambruna en el mundo, podría solucionar este último problema. No sugerimos que se olvide una problemática para enfocarnos en otra; sino que no se pase a segundo plano ni se subestime un tema que está costando decenas de millones de vidas cada año; vidas que fácilmente podrían salvarse.

Hemos comentado también en este espacio sobre lo benéfico que podría resultar un replanteamiento de las cuestiones hacendarias, de tal manera que mediante el establecimiento de un sistema tributario progresivo, pudiesen generarse recursos para tener mejores programas sociales y con ello una corrección en la ascendente brecha de desigualdad que actualmente se padece en el mundo… Pero al haber hablado de esto no pretendíamos eximir a cada individuo de su responsabilidad personal y de ciertas obligaciones éticas o humanitarias con respecto a los que menos tienen. Independientemente de quiénes y cómo gobiernen, y qué haga o deje de hacer el 10% de personas más afortunadas del planeta, cada uno de nosotros tiene un grado de responsabilidad y una tarea por hacer en cuestiones de justicia social.

Es cierto: debemos empujar desde el diálogo, la disertación pública y la decisión en las urnas (en los países democráticos) las modificaciones que se necesitan para cambiar una dinámica de distribución que cada día está más cerca de ser insostenible, así como para incentivar a la iniciativa privada a fin de que mejore las condiciones y prestaciones de sus trabajadores. Pero también es cierto que, como seres humanos y como individuos, tenemos una enorme responsabilidad con los demás. Sin ir más lejos: en nuestro propio estado e incluso en nuestro propio municipio hay muchas personas a las que podemos tender la mano.

En la medida de nuestras posibilidades, cada uno de nosotros puede poner un granito de arena en la tarea de mejorar las condiciones de vida de personas con vulnerabilidades económicas. Podríamos aquí aventurar una lista de posibilidades con respecto a lo que podemos hacer y dejar de hacer; pero me parece que una reflexión personal honesta y un poco de imaginación, le daría respuestas individuales a cada uno sobre los puntos donde está fallando y donde puede mejorar. No dejemos que la indiferencia marque nuestra relación con las personas más desfavorecidas.

En la Universidad constantemente realizamos campañas de donación y apoyo a las que todos pueden sumarse; también existen diversas asociaciones civiles en el estado (que incluso permiten deducibilidad de impuestos) dedicadas a brindar ayuda humanitaria a los sectores más vulnerables de la población. Acerquémonos a estas campañas e instituciones y demos un paso hacia la dignificación de todas las personas. ¡Nos vemos la próxima semana!

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