¿Te interesa conocer más sobre la UAA? Encuentra información sobre nosotros y nuestra historia. ¡Escríbenos!
Complementa tu formación con nuestras opciones de pregrado y posgrado, cursos de extensión académica, diplomados y cursos de idiomas que tenemos disponibles para ti.
Anímate a convertirte en uno de nuestros estudiantes. Encuentra información sobre nuestros servicios, oferta educativa y procesos de admisión.
Infórmate acerca de todos los beneficios que te ofrece la UAA, como las instalaciones y servicios, oferta educativa, deportes y alternativas de apoyo.
Atrévete a expandir tus horizontes y ampliar tus conocimientos al estudiar fuera del estado o del país. ¿Estudias en otro lado y te interesa venir de intercambio a nuestra universidad? ¡Infórmate aquí!
Porque el proceso de aprendizaje nunca termina, infórmate acerca de los servicios y opciones que la UAA tiene para ti. Conoce más acerca del apoyo y las convocatorias disponibles.
Da clic aquí y encuentra información sobre los servicios que ofrecemos como la Bolsa de Trabajo Universitaria o la Unidad de Negocios, así como eventos y convocatorias.
Entérate de las noticias más recientes e importantes de nuestra universidad.
PDF | 868 | Hace 2 años | 5 noviembre, 2021
Francisco Javier Avelar González
En su uso original, la palabra “religión” tiene un fuerte componente místico y teológico. Diccionarios como el de la Real Academia Española confirman esto, al presentar como primera acepción del lexema lo siguiente: “Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto”.
A pesar de que este uso es el de mayor aceptación entre las personas, lo cierto es que etimológicamente el lexema no concibe como uno de sus elementos necesarios el concepto de “dios” o “divinidad” (como en cambio sí sucede en palabras como “teocracia”, “teología” o “ateísmo”, donde se menciona explícitamente a un dios o “teos”). Religión es, en primera y última instancia, la acción y el efecto de ligarse (o re-ligarse) a algo… y ese algo puede ser cualquier cosa: entidad divina, líder social, organización política o ideología. Lo que prevalece entonces no es a qué o quién entregarse o complacer para que la unión se produzca, sino la necesidad de hacerlo y la realización del acto.
Señalo lo anterior porque algunas personas han pensado por décadas que terminar con la idea de dios equivaldría a quebrar la necesidad religiosa y, con ello, erradicar cierta cerrazón de pensamiento que suelen manifestar algunos integrantes de diversas instituciones teocráticas; cerrazón que, en distintas ocasiones a lo largo de la historia de las civilizaciones, ha sido fuente de intolerancia y oposición a derechos humanos fundamentales.
En un mundo con tendencia hacia el incremento del ateísmo o, por lo menos, hacia la implícita o explícita separación de las personas con respecto a las instituciones religiosas tradicionales, la hipótesis formulada en el párrafo anterior tendría que comenzar a comprobarse: desprendidas de la necesidad de cumplir preceptos de comportamiento para agradar a entidades metafísicas -entre los que parece presuponerse también el deber de rechazar a quienes no se ajusten a tales preceptos- las personas podrían desarrollar con mayor facilidad la autodeterminación, así como la celebración de la diversidad y la tolerancia a los demás con respecto a sus formas de pensar y de actuar.
Sin embargo, tal hipótesis no sólo no ha podido ser comprobada, sino que parece ser errónea: el proceder intolerante, dogmático e impositivo de diversos sectores sociales ajenos al teísmo y, por supuesto, a las religiones tradicionales, nos muestra que la idea de dios no era la fuente del problema: la necesidad de pertenencia (y por lo tanto de ligarse a algo), la descalificación, censura o cancelación de quienes no piensan como uno, la defensa a ultranza de las ideas del grupo al que uno pertenece y el intento por imponer tales ideas a los demás, parecen ser necesidades y actitudes propias de los seres humanos en general, independientemente de su lugar de procedencia, género, color y filiación religiosa o ideológica.
Pareciera que también está en nuestra naturaleza, como si de un instinto se tratase, la búsqueda de control sobre lo que nos rodea o, en su defecto, de saber que todo sucede “por algo (superior)”; que hay por encima de nosotros personas o entidades (desde empresarios o políticos, hasta ángeles, la Pachamama o la luna y los planetas) que tienen ese control, esa volición y esa responsabilidad sobre nuestros destinos. De alguna forma, necesitamos dar a un sentido fijo, causal y jerárquico a todo lo que nos sucede. De ahí se deriva nuestra tendencia a imaginar conspiraciones en todos lados; pero también la producción a mansalva de mesías, teorías salvadoras e interpretaciones simplistas y preferentemente maniqueas del mundo.
Tal vez por esta necesidad tanto de pertenencia como de dar sentido a todo en los términos simples y verticales que he mencionado, nos dejamos seducir con bastante facilidad por frases breves, sentenciosas, aglutinantes e “incuestionables”, que nos den certezas rápidas y nos ahorren el agobiante trabajo de hacer un permanente esfuerzo de reflexión, o de aceptar que vivimos en un mundo social complejo, lleno de accidentes, coyunturas, arbitrariedades, contradicciones e incertidumbres. No es gratuito que, como estrategia de seducción o convencimiento, los dogmas, los eslóganes publicitarios y las consignas políticas tengan tanto éxito; tampoco que plataformas como Twitter, hechas para la producción de comentarios cortos, maniqueos y “lapidarios”, tengan enorme aceptación entre las masas; ni que todo lo anterior sea hiper-explotado por líderes sociales e ideológicos, así como por expertos en psicología aplicada al marketing.
A la luz de lo aquí planteado, valdría la pena hacer una reflexión que nos permitiese salir de este fallo conceptual que nos hace seguir errando ahí donde deseábamos cambiar: debemos aceptar primero que -mientras no lastime, le falte al respeto o se imponga a los demás- las filiaciones teológicas y religiosas no son de ninguna manera problemáticas, y no tendríamos porqué buscar su desarticulación ni atacar a sus feligreses (hacerlo sería incoherente, porque equivaldría a imponer nuestras propias ideas, en detrimento de las creencias, la identidad y la manera de vivir de otras personas).
Una vez establecido lo anterior, lo que debemos combatir son nuestras tendencias a la cerrazón de pensamiento. Debemos reformular los términos en los que nos adherimos a colectividades, corrientes e ideologías, de tal forma que nuestra adscripción no implique renunciar a nuestra capacidad crítica, el sano escepticismo, la autodeterminación y el contraste permanente entre las afirmaciones de nuestros líderes o grupos y los hechos. Desde esta reformulación, no sólo tendríamos mejores oportunidades de evitar toda clase de ideas victimistas, supremacistas y paranoides, sino que también estaríamos en la vía correcta para desarrollar los valores de la tolerancia y el respeto hacia las demás personas.
¡Nos vemos la próxima semana!