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PDF | 610 | Hace 2 años | 7 enero, 2022
Francisco Javier Avelar González
Aunque el entendimiento generalizado y cotidiano del tiempo es el de una progresión lineal, nuestra organización individual y colectiva tiene una marcada tendencia a regirse por patrones cíclicos. Sin duda, lo anterior está relacionado por la configuración misma del planeta en que vivimos.
Desde los albores de las primeras agrupaciones humanas, la observación de los astros y los fenómenos naturales, así como su incidencia en el entorno y en las posibilidades de alimentación y sobrevivencia, forjaron en nuestra especie no solo sorpresas y temores, sino también motivos para el sosiego y para generar un concepto de expectativa semejante al círculo o la repetición: de la tormenta venía la calma; del frío, el calor; de la sequía, la lluvia; para luego hacer el camino inverso y empezar de nueva cuenta, una y otra vez, con una constancia que daba sustento razonable a los pronósticos, así como a tener las certezas indispensables para apostar por afincarse en un sitio determinado, tener descendencia y transmitir los conocimientos generados, de una generación a otra. Así como la observación de los elementos, atender a nuestro propio desarrollo (así como de otros seres vivos), y entender los procesos de fecundación, nacimiento, crecimiento, decaimiento y muerte (que es -en términos físicos- reintegración en otras formas), nos dio elementos para consolidar la idea de que la naturaleza funciona en esquemas cíclicos.
Con la enorme capacidad de pragmatismo que distingue a nuestra especie, hemos adaptado nuestras formas de vida e incluso el funcionamiento de nuestras instituciones, justamente a patrones de ciclos. La mayor prueba de ello está en nuestra forma de “agrupar” el tiempo. Desde el calendario gregoriano -que es el de mayor uso en el mundo-, contamos cada vuelta que da nuestro planeta alrededor del Sol, así como cada giro que da nuestro orbe sobre sí mismo. Esta clara concepción de que avanzamos en una suerte de círculos o espirales, de alguna forma nos ha permitido aprender que las circunstancias nos pondrán más de una vez ante retos similares, que se traducirán en oportunidades para mejorar nuestro desempeño o nuestra capacidad para responder ante determinados problemas. De otra forma no tendría mucho sentido reflexionar y aprender de los errores y, si no hubiera patrones estables de repetición en el entorno, virtudes como la observación y la paciencia más bien serían formas de procrastinación o de perder el tiempo.
Confiamos en la repetición (de las estaciones, las tradiciones, del trabajo interno de nuestros organismos, y de las actividades domésticas, empresariales e institucionales); pero entendemos a la vez que -como bien intuyó Heráclito- repetir no es en estricto sentido hacer lo mismo. Sobre todo en lo referente a nuestras actividades conscientes, cada vez que nos disponemos a hacer algo que habíamos hecho con anterioridad, sabemos que de nosotros depende mejorar los resultados, o insertar variaciones para transformar una rutina en invención, arte o descubrimiento. Y en la combinación de ambas esferas -la repetición y la variación- adquiere sentido y se justifica una de las sensaciones más grandes y preciadas que albergamos: la esperanza; la idea de que se puede aprender y cambiar para progresar en aquello que deseamos…
El viernes anterior registramos el fin de un ciclo: la Tierra culminó un giro más alrededor del Sol. Este finiquito nos ha permitido hacer un “corte de caja” individual y colectivo, para observar tanto nuestros aciertos y logros, como nuestros errores. El entretiempo que supone el fin de un año y el inicio de un nuevo periplo del planeta, nos permite tomar nota de aquello que necesitamos corregir para mejorar como personas y como sociedad; también nos da la oportunidad de rendir cuentas y trazarnos nuevas metas y objetivos. Por otra parte, esta época es especialmente propicia para liberarnos de los pesos acumulados durante el año; algo que es muy necesario para renovar energías, expectativas y esperanzas con respecto al ciclo que recién comienza. En este tenor, también resulta una temporada idónea para mostrar agradecimiento a las personas que nos ayudaron e incluso para buscar reconciliaciones en los casos que sea posible hacerlo. Si queda en nosotros, intentemos ofrecer (y ofrecernos) ese “borrón y cuenta nueva” para empezar de la mejor manera posible este nuevo año…
Antes de cerrar esta columna, quiero agregar que 2022 se está presentando como un gran reto en materia de seguridad sanitaria. La vertiginosa propagación de la variante Omicron de COVID-19 y la insuficiencia de datos que tenemos aún con respecto a su gravedad y los efectos colaterales que pudiera provocar, pueden poner en serias dificultades a los sistemas de salud de diversos países, incluyendo el nuestro. Los años 2020 y 2021 nos dejaron un puñado de lecciones importantes sobre las medidas más y menos efectivas en el combate a esta enfermedad; no echemos en saco roto dichos aprendizajes. Con independencia de las decisiones que tomen las administraciones públicas, cada uno de nosotros puede poner de su parte al realizar pequeñas acciones cotidianas, como usar de manera adecuada el cubrebocas, respetar la sana distancia, evitar conglomeraciones, lavarnos frecuentemente las manos, mantener ventilados nuestros espacios domésticos y de trabajo, etc. Lejos de caer en la desesperación o la indiferencia, debemos reforzar nuestro compromiso con la seguridad personal y de quienes nos rodean. Sólo así podremos superar las complicadas semanas que se avecinan y hacer de este 2022 un año con mejores expectativas, al menos en el tema de la salud pública. ¡Nos vemos la próxima semana!