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PDF | 466 | Hace 8 meses | 22 marzo, 2024
Dra. en Admón. Sandra Yesenia Pinzón Castro
Como lo hice el lunes en nuestro acto cívico mensual de Honores a la Bandera, quiero aprovechar este espacio para recordar la máxima que redactó el Benemérito de las Américas, don Benito Juárez, en el manifiesto que hizo público después de entrar triunfante a la Ciudad de México al vencer a Maximiliano de Habsburgo y su gobierno, impuesto a nuestro país después de la intervención francesa de 1863.
La frase, que tal vez todos llevamos tatuada en la mente, dice así: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”…
Si es verdad que muchos podemos enunciar esta afirmación de memoria, también lo es (o al menos así parece) que no son tantas las personas que la aplican como norma de vida en el ámbito familiar, en el laboral y, por supuesto, en el espacio social y público. Y lo cierto es que, hoy más que nunca, nos urge ejercitarnos en el respeto a los demás. Nos urge comprender que nuestros derechos y necesidades no pueden, de ninguna manera, atropellar los derechos y las necesidades de otras personas, porque un atropello semejante solo lleva a la injusticia, a la desigualdad y, en última instancia, a la violencia.
Si lo pensamos con cuidado, tanto la idea del derecho (con todas las leyes y normativas que le dan cuerpo) como la idea de respeto, tienen como trasfondo algo mucho más profundo e íntimamente humano: el concepto de empatía; es decir, la capacidad de ponerse en los zapatos del otro, e identificar y compartir lo que siente, para actuar en consecuencia.
Muchas injusticias y violencias, tanto sociales como personales (no importa qué tan grandes o pequeñas) nacen de la falta de empatía: de desentendernos, por ejemplo, de los esfuerzos que hace nuestra pareja, nuestros padres o nuestros hijos en casa, en el trabajo o en la escuela; de su cansancio y sus necesidades para estar bien… y qué decir de las condiciones laborales de nuestros colegas, sobre todo cuando son subalternos; qué decir de esa falta de empatía cuando nos volvemos ciegos a su precariedad, o a la desproporción entre lo que les pedimos y lo que les ofrecemos a cambio de su trabajo.
Podemos escalar los ejemplos en cada esfera social y en cada ocasión comprobaremos que el derecho y la justicia son, en primera instancia, un asunto de empatía, y por esa misma razón se trata de un asunto de humanismo.
No es secreto que las sociedades contemporáneas, no solo en nuestro país, sino en muchos otros también, atraviesan por una crisis de empatía, notable en las enormes desigualdades que hemos normalizado y en las constantes muestras de violencia que ahora miramos un tanto indiferentes. También es notable, por supuesto, en las polarizaciones y en la incapacidad de muchas personas de pensar en que sus derechos, reales o supuestos, no pueden estar por encima de los de otras personas.
Por lo ahora dicho y en ocasión de que ayer conmemoramos el Natalicio de nuestro ex presidente don Benito Juárez, quise recobrar la que tal vez sea su frase más conocida, para invitarlos a repensarla ya no como un puñado de palabras vacías, memorizadas a fuerza de repetición, sino como una máxima viva, que podemos integrar a nuestro quehacer cotidiano para generar un mejor ambiente familiar, una mejor dinámica laboral y un espacio social más inclusivo, equitativo y empático para todos.
Pensemos qué podemos realizar el día de hoy, y cada día, para hacer de nuestro entorno uno lleno de empatía. Independientemente de nuestras adscripciones políticas y nuestras ideas e ideologías, pensemos en qué estamos haciendo y qué podemos hacer para que la gente a nuestro alrededor, sin importar su género o procedencia, se sienta en un lugar donde se comparte el respeto, la dignidad y la buena fe. El primer paso para mejorar nuestro entorno siempre estará en mejorar nosotros mismos, con una actitud de servicio, de respeto y de derecho. Otra vez, como lo dijo Juárez: “el respeto al derecho ajeno es la paz”.