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PDF | 759 | Hace 1 año | 21 enero, 2022
Francisco Javier Avelar González
Desde hace un par de semanas, worldometers.info -uno de los sitios que ha destinado un apartado especial a llevar un registro exhaustivo de las estadísticas relacionadas con la COVID-19 en el mundo- mostraba que el exponencial aumento de contagios diarios de SARS-CoV-2 es una realidad innegable e imposible de esconder, incluso a pesar de la pasmosa estrategia de diversos países de limitar el número de pruebas o sugerir a la población que no acuda a revisarse en caso de sospecha de contagio, sino solo hasta que los síntomas ya sean muy evidentes. Parecen olvidarse dos cosas:
Primero: que vivimos en una “aldea global”; un mundo interconectado por completo. Lo anterior a tal grado que cualquier crisis en la industria de algún sector productivo en China puede hacer que el IPC mexicano o el S&P 500 estadounidense tengan una caída en su valor, o que una enfermedad contagiosa que surja hoy en un continente al otro lado del mundo cobre sus primeras víctimas en nuestro continente apenas unas semanas (o días) más tarde. Esta interconexión, en el tema particular de las pandemias, nos permite hacer entrecruzamientos frecuentes de datos (e.g. ¿Cómo le está yendo a los países con respecto al número de contagios y a las estrategias de contención que adoptaron?) y determinar si en algún sitio sus mediciones parecen ser inusuales o poco realistas.
Lo segundo que debemos tomar en cuenta es que no tiene mucho sentido tratar de maquillar las estadísticas acerca de la dispersión de enfermedades contagiosas, cuando después la saturación del sistema de salud y la tragedia de millones de personas va a cobrar factura. Los datos con respecto al número excedido de muertes en comparativas anuales, así como otros estudios hechos por especialistas en salud y epidemias, lograrán sacar a la luz cualquier información que hubiésemos querido esconder y cualquier mala decisión que hayamos adoptado.
Debemos recordar que para llevar a buen puerto cualquier proyecto que nos propongamos, una de las primeras cosas por hacer es recabar datos útiles; es decir, información que nos permita comprender a qué nos estaremos enfrentando y en qué condiciones, de tal manera que el conocimiento juegue a nuestro favor. Por ejemplo, para alguien que desee comprar un vehículo, siempre será mejor saber las características de su motor y sistemas de seguridad, así como el costo de los servicios, los tipos de financiamiento y las tasas de interés, a fin de no embarcarse en la adquisición de un bien que después no pueda terminar de pagar o mantener, o que resulte ser de mucho menor calidad a la que esperaba.
El conocimiento es poder y es oportunidad; pero no se genera a partir de lo que deseamos que fuera realidad, sino a partir de estudiar las condiciones del entorno y aceptar cuáles son éstas, aunque nos resulten inicialmente incómodas o desventajosas para nuestros intereses. Es mejor aceptar lo que está sucediendo en el entorno para poder adaptarnos o ser reactivos con inteligencia, que aferrarnos a negar la realidad y/o luchar para mejorar temporalmente una fachada insostenible.
El sábado 8 de enero se contabilizaban 305 millones de contagios de COVID-19 en el mundo, para el lunes de esta semana la cifra ya ascendía a 331 millones, y para cuando leas estas líneas, probablemente ya estaremos hablando de cerca de 345 millones de contagios globales. En cuanto al número de muertes oficiales, ya son más de cinco millones y medio en el mundo. Y eso sin considerar que se calcula un fuerte subconteo. En algunos países, los enfermos y los muertos podrían ser en realidad de dos a tres veces más que los reportados en las estadísticas oficiales. El escenario se torna aún más preocupante si notamos que la variante Ómicron, a la que le suponíamos una letalidad mucho menor a pesar de su enorme fuerza de contagio, está saturando los sistemas de salud en varias naciones y -como advirtió el titular de la Organización Mundial de la Salud- es una cepa preocupante, que puede causar la muerte y mutar en nuevas variantes.
Todos queremos salir a las calles, las oficinas, las escuelas, los restaurantes, los estadios, los centros comerciales y hacer una vida completamente normal, sin llevar siempre el incómodo cubrebocas o sin tener que estarnos tomando constantemente la temperatura y manteniendo una forzosa distancia con las personas que nos rodean; pero debemos entender que mientras no controlemos la dispersión del coronavirus, tenemos una responsabilidad mayúscula en lo referente al cuidado de la seguridad sanitaria, tanto personal como de los seres que nos rodean.
Sin duda, tenemos más herramientas y más conocimiento con respecto a este virus que hace dos años: contamos con diversas vacunas y ya están siendo aprobadas varias medicinas especializadas en el combate al SARS-CoV-2. Es muy probable que en cuestión de meses encontremos soluciones más eficaces que nos permitan aplanar las curvas de contagios y tener un control exitoso de esta enfermedad, que casi seguramente terminará por ser endémica. Si hasta ahora los estragos de la pandemia no han sido mucho más graves, es porque por meses hemos logrado coordinarnos mundialmente para tomar medidas de seguridad sanitarias sin precedentes en la historia contemporánea. No echemos a perder lo logrado, por ignorancia o por intereses personales, que al final terminarán por resultar contraproducentes. Aguantemos un poco más. ¡Nos vemos la próxima semana!