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PDF | 2097 | Hace 3 años | 4 diciembre, 2020
Francisco Javier Avelar González
En dos de las últimas tres columnas publicadas en este medio hemos abordado el tema de la actual crisis sanitaria, a través de una comparación con el impacto de otras grandes enfermedades contagiosas que nos han afectado a lo largo de la historia. Por las características de la covid-19, en nuestras comparaciones nos enfocamos en padecimientos de rápida diseminación, afectación y desenlace: gripas, peste, sarampión, viruela, etc.; dejando a un lado otro tipo de enfermedades contagiables por transmisión interpersonal, de mayor lentitud en su manifestación y desarrollo. Una de ellas, tal vez la más importante y más imponente de nuestra época, es el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), provocada por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH). Dado que el pasado martes 1 de diciembre se conmemoró el Día Mundial del Sida, vale la pena hacer algunos apuntes sobre el tema.
Desde que fue oficialmente identificada y catalogada como pandemia -a principios de los años 80 del siglo anterior-, esta silenciosa y letal enfermedad ha cobrado la vida de más de 34 millones de personas (tan sólo en lo que va de 2020 han fallecido millón y medio a causa de este Síndrome; un poco más que los muertos por covid-19). Además, de acuerdo con datos de distintas organizaciones internacionales, alrededor de 42 millones viven actualmente con VIH, de los cuales nueve millones no tienen conocimiento de ello.
En cuanto a los casos detectados, hasta 2019 se logró que 26 millones tuvieran acceso a terapia antirretroviral. Esto quiere decir que casi 40% de quienes portan el virus no están siendo tratados y, si bien podemos hablar de un gran avance en comparación con lo logrado hace una década, cuando sólo seis y medio millones de personas tenían acceso a tratamiento, sigue siendo muy preocupante que exista un número tan alto de portadores de esta enfermedad que no cuenta con ayuda médica o, aún peor, que no tiene conocimiento sobre lo que está fraguándose en su organismo.
Lo preocupante no solo viene de la tragedia social que implica que la falta de tratamiento es prácticamente una sentencia de muerte para estas personas, sino también de saber que la falta de conocimiento sobre las causas y los efectos de este virus, así como de sus tratamientos disponibles, se traduce a una ventana de oportunidad para que se siga transmitiendo de manera masiva, a pesar de ser un patógeno cuya dispersión sería perfectamente posible controlar e incluso erradicar con información y medidas preventivas.
Las condiciones socioeconómicas de algunas naciones juegan un papel importante con respecto a la falta de cobertura médica para la detección y -sobre todo- atención de los portadores de VIH. Más allá de eso, uno de los principales factores que obstaculiza la universalización de las pruebas de detección y los tratamientos antirretrovirales es el hálito de discriminación, ignorancia, pavor y estigmatizaciones que rodea a esta enfermedad, a causa de la perpetuación de prejuicios absurdos sobre sus características de transmisión y sobre la moral de las personas contagiadas. Prejuicios injustos e hirientes que, cabe recordar, fueron masivamente propagados al inicio de la pandemia:
Sobre todo durante los años 80 y 90 del siglo anterior, los portadores de este virus eran vistos y tratados como una suerte de apestados. Una mezcla de miedo irracional y razonamientos cercanos a cuestiones morales e ideológicas hizo proliferar mitos como que el VIH sólo les daba a hombres homosexuales o a consumidores de sustancias ilegales; se dijo también que era un castigo divino y, finalmente, se corrió la idea de que el contacto o la mera cercanía con un portador era suficiente para estar expuesto al contagio.
Además de vivir con un padecimiento para el que aún no había investigaciones, vacunas ni tratamientos efectivos, los pacientes VIH positivos se enfrentaron al juicio, el miedo y el desprecio de un sinnúmero de personas, incluyendo familiares, amigos y colegas. Por supuesto, eso propició que, lejos de atenderse, muchos decidieran ocultar su situación o, ante sospechas de haber sido contagiados, evitaran hacerse un examen de sangre. Puede entenderse que, ante una situación donde el temor y el desconocimiento dominaban, el virus continuó propagándose a gran velocidad.
De aquellos años a la fecha se ha trabajado incansablemente en campañas de concientización, tanto para informar sobre las formas de contagio, las opciones de prevención y los tratamientos disponibles (algunos con porcentajes de efectividad muy altos), como para deshacer prejuicios y estigmas acerca de la enfermedad y de las personas contagiadas. A pesar de ello, mucha gente continúa sintiendo un miedo terrible no solo al virus (lo cual es entendible), sino al escarnio social que aún prevalece (lo cual no debería de ser). Bajo el peso de este miedo, muchos tratan de ocultar su estado, evitando atenderse.
La mejor manera de combatir el SIDA es eliminando los prejuicios y estigmas e informándonos adecuadamente. Por supuesto, de la información y el conocimiento debemos pasar a un ejercicio responsable de nuestra libertad sexual a través de acciones preventivas; así como informándonos sobre acciones de prevención en otros contextos (por ejemplo, aquellos que involucren el uso de agujas o jeringas). Finalmente, debemos ejercer una verdadera altura ética y validar nuestra condición humana a través del trato digno hacia todas las personas: en la comprensión y la solidaridad también están las bases para mejorar muchos de nuestros problemas como sociedad.
A manera de colofón, dejo aquí un dato de utilidad práctica y una recomendación. El dato es el siguiente: en Aguascalientes es posible hacerse pruebas rápidas de VIH de manera gratuita y con total discreción. Se puede buscar en Google la dirección y los teléfonos del Centro de Capacitación para el Desarrollo Comunitario (CECADEC), del UNEME CAPASITS (clínica de VIH/ITS del ISSEA), de la Fundación VIHDHA A.C., del Colectivo Sergay de Aguascalientes y de Mexicanas en Acción Positiva A.C. También se puede acudir para consulta a cualquier centro de salud público del estado, en donde se le podrá aplicar una prueba rápida o se le canalizará a la unidad más cercana con tests disponibles.
Y la recomendación para este fin de semana: se trata de un trío de excelentes películas que pueden ayudarnos a mejorar nuestra sensibilización con respecto a este tema. Estas son And the band played on (1993), Philadelphia (1993), y Dallas buyers club (2014). Cabe mencionar que tanto Tom Hanks como Mathew McConaughey ganaron el Oscar a Mejor Actor Protagónico por su tremenda actuación en Philalephia y Dallas Buyers…, respectivamente. Por su parte, And the band… ganó el Premio Primetime Emmy al Mejor Telefilme. Además de estos, hay al menos una decena de largometrajes que hablan directa o indirectamente sobre el SIDA; solo es cuestión de hacer una breve búsqueda en la web para conocerlos.
Como siempre, los invito a que hagamos una reflexión personal acerca de este tema y que continuemos cada día tratando de mejorar como individuos y como sociedad. ¡Nos vemos la próxima semana!