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Revolución y educación (Primera entrega)


Francisco Javier Avelar González

El 20 de noviembre celebramos el 108 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana. Esta lucha -parteaguas en la organización política, jurídica y social de nuestro país- permitió una transformación sin precedentes que, a su vez, sentaría las bases para la cristalización de un estado de derecho más incluyente, del crecimiento industrial y la urbanización de nuestro territorio y, sobre todo, de un sistema educativo funcional de amplia cobertura.

Con respecto al último rubro, vale la pena aclarar que durante el periodo del México postindependentista (previo al Porfiriato) y durante el Porfiriato sí hubo un genuino interés por mejorar la cobertura y la calidad de la educación en el país. En el primero de estos periodos cabe destacar que, de acuerdo con datos de José Díaz Covarrubias (La instrucción pública en México), en 1843 existían 1,310 escuelas primarias en el país; 30 años después, se habían construido un total de 6,793 más (sumando un total de 8,103).

En el Porfiriato no hubo un crecimiento cuantitativo destacable (ni en el aumento a la matrícula ni en la construcción de escuelas). De dicho periodo se rescata más bien la generación de discusiones teóricas que se traducirían -años después- en la modernización del sistema educativo; por ejemplo, es destacable la gestión de Justo Sierra como titular de la Subsecretaría de Educación Pública; cargo desde el cual creó la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes (antecedente directo de la SEP) y, ya como titular de esta última, fundó la Universidad Nacional de México (hoy UNAM: recordemos que esta institución ganó su autonomía hasta 1929).

También del Porfiriato se rescatan algunos congresos nacionales cuyo objetivo fue reorganizar las estructuras de enseñanza para mejorar a nuestro país en términos de alfabetización y educación (el primero de ellos, celebrado en 1882, fue el Congreso Higiénico Pedagógico; y el segundo, en 1889, el Congreso de Instrucción Pública). De acuerdo con el estudio de Mílada Bazant (Historia de la educación durante el Porfiriato), un logro importante de este periodo fue la construcción de escuelas normales y la introducción de la pedagogía moderna -probablemente bajo la influencia de las ideas filosóficas y sociales importadas de Europa-.

Uno de los más grandes aciertos de la Revolución, ya no como movimiento bélico, sino como redefinición política y social de México, fue haber recuperado y dado cause a las ideas de los congresos mencionados, así como a los esfuerzos de personajes como Justo Sierra. En este sentido, fue fundamental la inteligencia y la visión de José Vasconcelos (secretario de Instrucción Pública entre 1914 y 1915; rector de la Universidad Nacional de México entre 1920 y 1921, y primer titular de la SEP -que él creó- de 1921 a 1924), quien operó el programa de educación y difusión del arte y la cultura más ambicioso del siglo XX en nuestro país.

El trasfondo humanista del movimiento bélico conmemorado -patente en las garantías individuales consignadas en nuestra Carta Magna- tenía que hacer de la educación uno de sus ejes cardinales. Sólo una población educada y preparada, capaz de desarrollar un pensamiento crítico y de abrir sus horizontes personales, políticos y laborales a través de la lectura, la especialización técnica y la discusión de ideas, podría hacer valer sus derechos y coadyuvar en la construcción de una sociedad justa, pacífica y boyante.

Es verdad que, como señalan escritores de la talla de Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela, Juan Rulfo o Jorge Ibargüengoitia, la Revolución tuvo un lado ruin y oscuro (¿qué guerra está exenta de ello?); con todo, prevalecieron los esfuerzos honestos de levantar un país mejor para todos. Tal vez sea un tanto difícil apreciar esto cuando en las últimas décadas se ha recrudecido la desigualdad económica y social (fenómeno no exclusivo de nuestro país, sino generalizado en el mundo occidental y en el oriental occidentalizado, debido a las feroces prácticas del sistema económico vigente); pero una comparación diacrónica nos podría dar una mejor perspectiva, para apreciar las bondades de la Revolución Mexicana.

Brindaré un par de ejemplos: en 1907, la matrícula total del país -contando desde preescolar hasta el nivel superior- era de 682 mil 489 alumnos; para 1930, después de haber superado la devastación que asoló al país, la matrícula ya había ascendido a un millón 358 mil 430 alumnos. Finalmente, para 1990 la cifra de estudiantes matriculados era de 24 millones 504 mil 543. En la actualidad, solamente en el nivel superior, la matrícula ronda la cifra de cuatro millones de estudiantes, inscritos en las más de cinco mil universidades y tecnológicos de este nivel, distribuidos a lo largo y ancho del país.

En cuanto al número de escuelas, en 1907 había 9 mil 736 contando todos los niveles; para 1930 el número ascendió a 11 mil 911. Y en 1990 el número total de escuelas ya era de 159 mil 968.  (Esta información fue recuperada del sitio web de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación la Ciencia y la Cultura).

Actualmente (de acuerdo con la encuesta intercensal realizada por el INEGI en 2015), 93.6% de la población mexicana de 15 o más años sabe leer y escribir, y 87.5% de mexicanos de entre 6 y 14 años también está alfabetizado. Además, la matriculación a nivel primaria es del 98.7% y de secundaria del 87.5%. Finalmente, de cada 100 niños que comienzan la primaria 98 la terminan; de éstos, 87 terminan también la secundaria y 64 el bachillerato.

Son contundentes e incuestionables los resultados que arroja cualquier comparativa histórica con respecto a la educación en México: la Revolución impulsó el crecimiento intelectual, profesional y crítico de los mexicanos. A la vuelta de los años, eso permitió -por ejemplo- el ajuste de nuestras instituciones políticas, la generación de instituciones gubernamentales autónomas que trocaran el presidencialismo por una repartición de tareas y poderes más sensata y, sobre todo, logró avances significativos en la organización democrática de la República (cuyos frutos los comenzamos a vivir a partir de la alternancia en el poder a nivel municipal, estatal y federal)…

A 108 años de distancia del movimiento bélico que propició la revolución educativa más grande de México, vale la pena destacar sus alcances, pero también reflexionar sobre el estado y las perspectivas de la educación contemporánea, pues el contexto y los retos del país se han modificado significativamente desde entonces… Por razones de espacio, dejaré en este punto mi comentario semanal y volveré a él en la siguiente entrega. ¡Hasta entonces!

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