Universidad Autónoma de Aguascalientes

“Los Derechos Universitarios. Por una cultura de respeto e inclusión”

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CUENTO GANADOR DEL PRIMER LUGAR | “El Otro” de Aron David Macías Pérez

La Defensoría de los Derechos Universitarios de la Universidad Autónoma de Aguascalientes convocó a la comunidad estudiantil, docente y administrativa a participar en el concurso de aportaciones literarias “Los Derechos Universitarios. Por una cultura de respeto e inclusión”, creado con el objetivo de contribuir en la difusión de la cultura de respeto a los Derechos Universitarios.

En esta edición de la Gaceta Universitaria te compartimos el cuento ganador del primer lugar “El Otro” de Aron David Macías Pérez, estudiante del noveno semestre de la Licenciatura en Psicología.

 

El otro

—No es normal —susurró ella.

Él la miraba con ojos tristes pero no pronunciaba palabra, solo le sostenía la mirada. Ella no esperaba una respuesta, ella no quería escuchar respuesta alguna. En vista de aquel silencio, él le preguntó:

—¿Qué es ser normal? ¿Y por qué importa?

—No empieces con eso —bufó ella—. Normal es… Ya sabes, la mayoría. Además, ¿cómo saben? ¿Cómo saben que no están cometiendo un error? Puede ser que les estén influenciando. Se puede ser mujer y vestir como gustes, eso es un hecho.

—Claro, la gente puede vestirse como quiera, los hombres pueden vestirse con vestidos, las mujeres con pantalones, todos sabemos eso —él se quedó pensando unos segundos—, pero… ¿Por qué seguimos ignorándoles?

—¿Ignorándoles? ¿Cómo? Si tienen toda la atención que quieren.

Él la miró con molestia. Ella pareció sentirse mal por sus propias palabras, palabras que ni siquiera sonaban suyas, sonaban lejanas, como una canción que repetía por inercia. Aun así, no dejaba de sentirse mal, de sentir que algo desentonaba al decirlo en voz alta, una traición.

—Creo que, si alguien es feliz, no tenemos derecho a decirle que no lo es. Es como decirle a alguien enamorado que no lo está. Esas cosas solo las sabe uno, ¿no crees, Francisca?

—Sabes bien que no me gusta que me digan Francisca.

—Lo siento, Fran… ¿Lo ves? Tú puedes simpatizar con el sentimiento de querer que te digan cómo te gusta. ¿Y si yo llego y te digo que eres Francisca de nacimiento y jamás dejarás de ser Francisca?

—Sí, pero… es un apodo, no es un cambio así de radical… Claro, tampoco es que me importe. No me importa, de hecho… Me digan él, ella, incluso…

—¿Qué? ¿Incluso qué?

—Elle —susurró. Quería apretar los dientes para no decirlo pero lo dijo y no estaba segura de qué le provocaba.

—Honestamente, suena interesante. ¿No crees que da un cosquilleo al decirlo? ¡La novedad, la revolución! —él no le encontraba gran problema, ella no quería decirlo, quería apresar aquella cosa entre sus labios, masticarla y tragarla. Todo el tema en sí. No se sentía lista para esa “revolución”.

—Bueno, entendiste el punto —dijo, deseosa de cambiar el tema.

—Sí, y dices que no te importa cómo se refieran a ti, pero a algunes sí que les importa y no nos quita mucho respetarlo. No me cuesta corregirme y decirte Fran, entonces, no nos cuesta nada respetar a la gente. Yo diría que incluso es ser un poco menos egocéntricos, nuestra visión de los otros no es toda la realidad. Pienso que, en lugar de asumir, podríamos aventurarnos a conocer al otro antes de creernos nuestra propia y única narrativa. No es que sea a propósito, nos enseñaron a que fuera así, pero si aprendemos cosas nuevas todo el tiempo, ¿por qué no estar abiertos a intentar?

—Pero… ¿Y si solo están huyendo?

—¿Huyendo? ¿De qué?

—De sí mismos —nerviosa, desvió la mirada.

—No me da esa impresión, pero yo veo todo diferente —permaneció meditabundo—. Aunque yo diría que sí están corriendo, persiguiendo algo: su felicidad, su búsqueda de la autenticidad, de ese “yo” tan apreciado. No te puedo decir cómo funciona eso, creo que de momento uno simplemente debe creer al otro cuando le dice que es feliz. Porque… ¿Sabes, Fran? Nunca nos meteremos en la cabeza de otros. Nadie entenderá del todo por qué le pones limón al arroz, nunca entenderás qué se siente ser una chica a la que le gusta salir con otras chicas, nunca sabrás lo que es ser sordo… Nunca entenderemos del todo al otro. Creo que ni siquiera nosotros dos…

Nosotros no nos parecemos. La verdad, ni siquiera sé por qué apareces. Siempre que lo haces me duele la cabeza, me siento confundida… Soy una chica, aunque no me guste serlo, pero eso es normal. Es normal que no te guste ser lo que eres.

—Que te vistas como yo te hace sentir feliz. Tampoco es que estés encadenada a sufrir, no creo que sea normal que no te guste quién eres —replicó él.

—Vestirme como tú es… Es solo eso, no mezcles las cosas. Hay muchas chicas así, la ropa no tiene género al final del día, nada de eso importa —Fran suspiró—. Soy una chica, esa es la verdad —él se encogió de hombros, como diciendo “te creo”, era evidente que no. Ella prosiguió—. Solo es la sociedad, el sistema, yo no odiaría esto en otras condiciones, yo debo ser esto…

—¿Debes?

—Ya sabes, es cosa de… —Fran sintió un nudo en la garganta—. Quiero decir, es lo fácil cambiarte de género, ¿cierto? Solo porque ser mujer es difícil no significa que deba dejar de serlo. Eso es lo difícil, quedarse aquí, siendo una misma.

—Ser mujer no es fácil, no puedo decirte que no —él se acercó y ella acercó su mano, los dos se miraron por un buen rato—. Fran —susurró él—, ¿de verdad crees que tienes que obligarte a ser alguien que no quieres porque otros te han dicho que debes hacerlo? Sabes que no es tan fácil, porque si dijeras lo que quieres decir, eso sería algo… para no dar marcha atrás. Al menos no creo que des marcha atrás. Te conozco, Fran, y sé que…

—¡No! —Fran alejó su mano y también así lo hizo él. Fran retrocedió—. Y no digas nada más o te juro que mañana usaré el vestido más rosa, los tacones más altos, usaré el maquillaje que más odio. Si dices una sola palabra más, te haré imposible negar que soy lo que soy, soy una mujer, soy una chica… y no puedo ser nada más, aunque pudiera, aunque quiera… —ambos suspiraron tristes tras aquello.

—¿Por qué sigues repitiendo eso, Fran? Estamos solos, no hay nadie a quien probarle eso, nadie lo cuestiona. Creo que incluso muchos piensan de ti como alguien muy femenina y bonita. Dime, ¿a quién quieres convencer? Yo no te quiero causar malestar pero ambos sabemos que sentimos algo cuando vemos las noticias de la gente en transición, al ver esas fotos de cicatrices en el pecho, cuando vemos esos videos de chicos trans siendo abrazados por sus padres que les dan la bienvenida. Simplemente creo que no estaría de más mostrar nuestro apoyo a esa felicidad, defender a quienes solo quieren una vida… Entiendo que te da miedo hacerlo.

—¿A qué le tendría miedo?

—A que te pregunten si tú eres “uno de esos”, a que se note que lo envidias.

—Yo… —Fran quedó sin palabras, molesta, nerviosa, como a quien tratan de verle una cicatriz oculta meticulosamente bajo la manga de una chamarra, o deseando entrar a su habitación sin permiso—. Yo no… Claro que no me molestaría que me digan eso, porque no tiene mucho que ver conmigo —su rostro se ensombreció, sus mejillas estaban rojas y cálidas—. No es que… No es que tenga miedo o envidia de lo que esas personas viven.

—No quiero decirlo pero… ¿entonces qué hago yo aquí?

—Vamos, todas las chicas tienen a alguien como tú.

—¿De verdad?

—Claro.

Él se acercó y ella también lo hizo. Sus miradas eran severas, estaban molestos.

—Dime, entonces, ¿cuánto tiempo me vas a seguir ocultando de otros si eso es así? ¿Te da miedo que sepan de mí? Siempre hablas conmigo cuando todos se han ido. Sabes que yo llevo mucho tiempo rondando por aquí y aun así nadie sabe de mí, no quieres que nadie sepa de mí. Si todas tus amigas tienen a alguien como yo, ¿por qué no me dejas conocerlos? ¿Por qué no me dejas salir de aquí? ¿Eh? ¿Me vas a decir, Fran? ¿O envejeceremos juntos en esta soledad atormentadora? ¿Me harás estar así por siempre? ¿Es lo que quieres para ti? ¿Por qué, si me escuchas, al final del día aun decides ignorarme en público? ¡Ya no puedo hacer esto, Fran! ¡Ya no puedo ver como el tiempo pasa y me tienes aquí atrapado mientras el resto de tu vida pasa conmigo sin ser parte de ella! Ya no quiero ser un secreto, ya no quiero vivir así.

Fran empezó a llorar, su puño estaba cerrado. Guardó silencio ante las duras pero sinceras palabras que resonaban hasta el fondo de su alma. Las lágrimas seguían cayendo. Sabía que cada palabra era tan cierta, tan atormentadoramente cierta. Si dejaba que la gente lo viera, si dejaba que la gente supiera de él, entonces, ¿qué dirían? ¿Qué dirían sus padres, la iglesia, sus amigas feministas, los otros? ¿Dejarían que sus existencias estuvieran en paz? No tenía respuesta segura.

—Lo siento, Francisco. De verdad, lo siento —Francisco miró a Fran, los dos con los ojos llenos de lágrimas. Fran se acomodó el cabello y una gorra. Francisco sintió felicidad al ver ese detalle. La chaqueta enorme les abrazaba perfectamente. Y cuando Fran se apartó del espejo, Francisco así mismo lo hizo. Que Francisco abandonara ese cuarto era algo que Fran aún no estaba en condiciones para decidir, hasta que, años más tarde, Francisco salió a la luz, con el cabello corto y un pequeño pin que lucía la bandera trans en la mochila.

El mundo está lleno de Franciscas, Frans y Franciscos; de “ellos”, los otros, que son parte de “nosotros”, siempre lo han sido. Y tiene suficiente espacio para la diversidad. Es tiempo de abrir nuestros corazones y extender la mano para que siempre todes sean bienvenides. Quizás así, un día todo sea mejor.